Libros

“El libro de las aguas” Eduard Limónov. Limónov desde la cárcel, sin filtros ni remordimientos.

“Un paseo brutal por la vida de Limónov: entre el Mediterráneo y la guerra de los Balcanes, entre sus mujeres y la cárcel.”

Eduard Limónov nos arrastra con una prosa tan sincera como salvaje a través de los momentos más extremos de su vida. “El libro de las aguas” hace honor a su nombre: mares, ríos, fuentes, lagos e incluso baños se entrelazan como metáfora y escenario de sus recuerdos. Nunca antes una portada había acertado tanto: balas y sexo son el eje, aderezado con ternura, mucho alcohol y una nostalgia densa como el humo del tabaco.

Muchos dicen que no es su mejor obra; otros aseguran lo contrario. Lo que está claro es que este libro es, sin duda, el más limonoviano. Más que una novela o unas memorias al uso, es una confesión cruda, desordenada y adictiva. Limónov brota de estas páginas como un ser narcisista sin disimulos, escribiendo como si lo hiciera sobre la marcha, lo que explica algunas reiteraciones que, lejos de molestar, ayudan a construir su estilo directo y sin filtros.

Limónov escribió parte de este libro desde la cárcel, donde estuvo detenido acusado de terrorismo y tráfico de armas. Fue condenado a cuatro años, aunque finalmente fue absuelto. Nunca lo tuvo fácil: fue arrestado varias veces por su activismo político, por alentar manifestaciones o agitar desde dentro lo que él llamó “la otra Rusia”. Pero no hay que juzgarlo tan rápido: estar acusado no significa ser culpable.

En cualquier caso, ese tiempo en prisión le sirvió, paradójicamente, para escribir con más libertad. “El libro de las aguas” es uno de sus textos más autobiográficos. En él aparecen sin tapujos sus guerras, sus mujeres, sus vicios y sus ideas políticas. Fundador del Partido Nacional Bolchevique (PNB), fue diputado en la Duma y gran opositor de Vladimir Putin. Limónov nunca se escondió, ni le importó lo que pensaran de él. Y eso lo hace tan incómodo como fascinante.

Leer a Limónov es leer la intrahistoria de las últimas décadas desde los márgenes. Participó en guerras, viajó por medio mundo, vivió en París y en Nueva York, y todo eso se entrecruza en su obra. En este libro incluso revela el nombre real de la persona en la que se basó para uno de sus personajes más conocidos. Las notas a pie de página son tan actuales que muchos de los personajes siguen vivos y activos. Realidad y literatura se entrelazan sin que sepamos bien dónde empieza una y termina la otra.

Podemos leer el libro de principio a fin, como propone la editorial, o abrirlo por cualquier capítulo —la fuente del jardín de Luxemburgo en París, el mar Adriático, el río Neva en San Petersburgo— y sumergirnos. No importa el orden: Limónov es siempre reconocible, brutal y auténtico.

También están las mujeres. Sus parejas sirven de vértices narrativos para trazar etapas de su vida. A través de ellas, el autor nos guía por la geografía de su existencia. Nueva York, de vuelta a París, de nuevo a América, Rusia, Asia… un viaje sin mapa fijo, pero con ritmo propio.

Limónov vive su literatura como vive su vida: sin remilgos ni disculpas. Él mismo decía: “En cuanto empiece a decir la verdad todo se derrumbará”. Y sin embargo, creemos que sí dice la verdad… o al menos su verdad. No busca caer bien, ni ser comprendido: se limita a mostrarse, a hablarte. A veces se dirige al lector directamente. A ratos uno siente que está teniendo una conversación con él. Y otras, que simplemente asiste a su monólogo incendiario.

Sí, son como retales. Pero con retales se hacen colchas, y esta es una colcha útil, incómoda, reveladora. Puede que a veces el lector se aburra, o dude. Pero hay pasajes por los que merece la pena atravesar todo el libro. Porque Limónov ofrece datos, nombres, fechas, contextos. Nos cuenta la historia reciente desde el cuerpo, desde la calle, desde la celda.

Una mención especial merece el apéndice final escrito por su traductora, Tania Mikhelson. Con distancia crítica, traza el retrato de un Limónov completo, complejo y más nítido de lo que el propio autor se permite.

Recomendado para quienes quieran leer sin prisa pero sin pausa. Para quienes disfrutan de libros que se pueden dejar y retomar sin perder el hilo. Para quienes acepten ser sacudidos, provocados. Porque leer a Limónov no deja indiferente. Y eso, a veces, es justo lo que necesitamos.

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