Hasta el 28 de abril podréis disfrutar de esta obra en el Teatro Fernán Gómez de Madrid con un elenco entregado al texto profundo de Albee. Dirigida por Nelson Valente. Elenco en orden alfabético: Alicia Borrachero, Ben Temple, Manuela Velasco, Cristina de Inza, Joan Bentallé y Anna Moliner.
Esta obra magistral fue escrita en 1966 por Albee, galardona con el premio Pulitzer en Estados Unidos a la mejor obra teatral en los años 1966/67 con el título original de “A Delicate Balance”. En términos de significado, estructura, caracterización y temática ha dado lugar a mucha mal interpretación de la misma con críticas en su época un tanto enredadas de lo que nos quiere contar el autor. Esto no es ni más ni menos que dos grandes enfoques, el primero el vacío de la vida moderna de la clase media alta de la época y sus relaciones con ellos mismos y los demás, la segunda la causa de esta vida acomodada y vacía de cierto sentido, el miedo. Podríamos dedicarnos a escudriñar la caracterización, el simbolismo, la estructura etc etc… pero no lo vamos a hacer. Lo importante es trasmitir que lo que veréis es teatro en su estado puro. La trama se desarrolla en un salón de una casa donde los miembros de una familia se debaten entre la existencia misma, la convivencia con los demás y el tedio. Todas las palabras salen de una forma orgánica, casi natural, sin esfuerzo ni memoria, como si los actores estuvieran pensando y sintiendo todo en ese preciso momento. Realmente están compenetrados. En teatro cuando esto ocurre es magia. No es nada fácil entrar en un dialogo orgánico si pisarse. Ellos lo consiguen los seis a la perfección.
Una familia de la clase media-alta que vive en los suburbios en una gran casa, tienen todo el tiempo del mundo, para las conversaciones que se amenizan con el alcohol y el “tener” que estar juntos, a pesar de que se puede tomar una determinación en otra dirección, ninguno lo hace. Por lo que siguen entrelazando conversaciones de recuerdos y reproches para evadir la realidad del gran vacío que les aterroriza en el fondo de un mar de secretos. De pronto se suman los amigos íntimos, Harry (Joan Bentallé) y Edna (Cristina de Inza) una pareja de la misma condición y orden socioeconómico que llaman a la puerta diciéndose presas de un pánico inusitado y repentino del cual no pueden escapar y que van a quedarse allí. ¿Qué ha ocurrido? Nada. Simplemente les sobrecoge un terror que les impulsa a irse de su casa y buscar cobijo con sus amigos, sus mejores amigos. Este punto de inflexión que puede ser algo perturbador para el espectador, por una apariencia de falta de significado, pero que se convierte en el tema central de la trama. El miedo. Todos son realmente susceptibles al miedo como si de una plaga viral se tratara. El hecho de la nota discordante de los amigos en la casa va a plantear todo tipo de emociones, que además van a poner en cuestión ciertas creencias de lo que son los límites del amor y de la amistad. Por si esto no fuera ya algo extraño, la hija Julia (Anna Moliner) una mujer de 36 años con cuatro matrimonios a la espalda, vuelve a casa después de dejar al último marido. Caprichosa e inmadura, reflejo de la virtud de las clases acomodadas, no valora nada y siente que tiene pleno derecho en casa de sus padres. Julia apela a éstos de forma infantil un amor incondicional propio de una niña, siempre en la búsqueda de reconocimiento y los fuerza a oír una vez más la retahíla de los efectos de su total condescendencia. Es de estas obras en las que parece que nada pasa, una familia como otra cualquier en el salón de su casa, hablando. Pero es justo esa conversación la que nos dice muchas cosas de sus vidas pasadas y futuras. Cada cual se refugia en el otro de forma que se crea una especie de círculo vicioso, donde todos se necesitan y todos se aborrecen.
El gran mal de la sociedad occidental moderna. Hace 50 años de la obra y ahora, nada parece haber cambiado, por esta razón parece un texto muy oportuno, en la esencia la sociedad occidental (especialmente las clases acomodadas) se enfrentan al aburrimiento de tenerlo todo. Parece obsceno, sí. Pero lo que Edward Albee quería mostrar es que cuando no existe una necesidad de luchar por lo básico, la lucha se convierte en una introspección existencialista y agónica, de verse envejecer y plantearse para qué ha servido esa construcción de la vida en la que estamos. Cada personaje tiene un rasgo distintivo en su forma de evadirse de todo, pero al mismo tiempo, todos son iguales. Refugiados en las cosas, los libros, el club, el alcohol, las clases de francés, el golf, cosas que les hacen estar más conectados con algo tangible. El acogimiento a los rituales, los que dan cierta seguridad y estabilidad. Pero no son más que ilusiones para obtener cierta abolición de la realidad. La vida carente de sentido. Esta clase de sociedad que quiere retratar Albee es seguramente algo que él mismo ha vivido, pues los personajes están construidos de forma realista sin histrionismos ni accesorios innecesarios. Así el personaje de Claire (interpretado por Manuela Velasco), es quizá el que podría derivar hacia la exageración, pero sin embargo, ella lo sostiene hasta el final sin esfuerzos, algo muy sutil en la interpretación y difícil de hacer. Claire es una mujer que no ha encontrado el amor, sola y vacía siente mucho rencor con todo y decide pasarlo todo por el alcohol como filtro atenuante, ella es la nota discordante a tanta contención, por eso es que, para una actriz representar este personaje que caer en el clown, simplemente es un milagro, y Velasco lo consigue. En una atmósfera estéril en el salón se logra respirar la absoluta desesperación interna de todos los personajes, es como si una gran explosión estuviera siempre a punto de suceder.
El alcohol como elemento crucial, que en escena se convierte casi en un tic nervioso, llenar sus vasos una y otra vez como en una especie de acto reflejo. Todos ellos encuentran en el acto de servirse una copa de algo, un preludio, un ritual ceremonioso para iniciar la conversación. El personaje de Tobias (el padre y marido) interpretado por Ben Temple, parece por momentos estar más concentrado en la bebida que se pone y se bebe que en la conversación. Completamente ensimismado, no contesta más que con monosílabos, manifestación del desinterés real por todos. Con cierta preferencia aparente por la compañía de Claire, su cuñada, por esa jovialidad liviana que le genera la borrachera constante, lo que facilita la interacción, más que con su mujer Agnes, siempre en control, al acecho de cualquier cosa que él dice. Agnes requiere de más concentración y él parece estar cansado. Toda esta decadencia es una constante en la representación, personajes que parecen llevar un yunque encima. El público sólo tiene que escuchar atento por que lo que ocurre entre lineas no es tan obvio, pero sí hay un disfrute del texto bien dicho e interpretado. Alicia Borrachero que interpreta a Agnes, es como el motor que engrasa todo, ella está siempre en el centro de la familia como el cochero que lleva las riendas del caballo, los va guiando marcialmente hacia sí mismos. Ella, que desea en el fondo estar loca, como un síntoma de cansancio de tanta cordura, es el contrapunto de Claire, ambas como caras de una misma moneda. Agnes representa el control, la cordura, el pilar que sostiene todo. Claire, sin embargo, representa la abdicación de toda salvación posible y abraza su condición de una forma indolente.
Pocas veces se pueden disfrutar en Madrid de estos textos teatrales con un alto contenido en los diálogos ricos y bien ejecutados por el equipo artístico. La obra está traducida al castellano por los actores Ben Temple y Alicia Borrachero como curiosidad de esta producción. Está llena de figuras femeninas, una recurrente en los textos de Albee, que parece que invoque imágenes “maternas” en cada personaje femenino como un collage, que forman un todo. Os la recomendamos. No la dejéis escapar. Sin duda, os va a plantear muchas preguntas, pero, sin esa sensación ¿qué significado tendría el teatro?
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