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Ópera

Turandot de Giacomo Puccini, cierre de lujo de la Temporada 22/23 del Teatro Real de Madrid.

Quisiera que en Turandot se eliminase el maquillaje del sentimentalismo y de la sensiblería fácil. Quisiera conmover sin retórica y captar la emoción del público haciendo vibrar sus nervios como las cuerdas de un violonchelo.

Giacomo Puccini

Teatro Real despide su temporada con 17 funciones de Turandotde Giacomo Puccini, durante el mes de julio. La Desalmada princesa China en el Teatro de sombras. Entre el 3 y el 22 de julio volverá a Madrid la fantástica producción de Turandot estrenada en el Teatro Real 2018, en coproducción con el Teatro Nacional de Lituania, la Canadian Opera Company, la Houston Grand Opera y la Opéra national de Paris, que ha obtenido en todos los teatros un grandísimo éxito. El personal lenguaje estético y conceptual de Robert Wilson, responsable de la puesta en escena, escenografía e iluminación de Turandot, concede a la ópera de Puccini un aura espectral ideal para la representación del universo dramatúrgico y sonoro de la partitura.

¿Quién no ha escuchado el «Nessun dorma» en la voz de Pavarotti el cual la tuvo en su repertorio durante toda su carrera? La gran responsabilidad de cantar este aria llena de simbolismo y de magia, el cantante Jorge de León (Calaf) nos contaba en la rueda de prensa el reto que supone este personaje tan popular y cómo lo vive en el escenario. Esta versión tiene un valor añadido o un reto añadido, el hieratismo de la puesta en escena donde los cantantes no interactúan tal cual, a veces ni tan siquiera se miran, sólo está la música, las luces, y las sombras, las voces emocionantes ya por sí mismas, Robert Wilson enfoca en la experiencia auditiva y visual sin demasiado movimiento. Este es el reto que De León nos contaba, expresar toda esa emoción a través de la voz sin gestos ni movimientos que la acompañen, es a la vez algo muy especial. Justo ese algo es lo que hace única esta versión de Turandot. El personal lenguaje estético y escenográfico de Robert Wilson, responsable, además de la puesta en escena, decorado e iluminación de Turandot, concede a la ópera de Puccini un aura espectral muy ajustada al universo dramatúrgico y sonoro de la partitura, que evoca un mundo ancestral de reminiscencias orientales. 

Destacar primero lo dicho anteriormente, no es sino por lo especial que es, el arte de la luz, donde nace las sombras, la fascinación de la mezcla de esta ópera, transcurre en China y es muy acertado hablar de teatro de sombras y de máscaras. El concepto dramatúrgico, metafórico y visual de esta propuesta de Wilson, con siluetas a contraluz, máscaras y movimientos casi rituales, es el ideal para contar la leyenda de la fría, despiadada y sanguinaria princesa china, enmarcada en su espacio escenográfico y estético ‘natural’, que entronca directamente con el milenario teatro de sombras oriental. Los personajes se convierten así en arquetipos legendarios, y la sutil paleta lumínica de Wilson se recrea con los colores orquestales de Puccini y con poéticas sinestesias que van de los tonos glaciales de la desalmada protagonista a las tonalidades cálidas del recogimiento de Liù, cuya muerte, en la partitura, coincide con la del propio compositor, quien dejó la obra inacabada. Y es que es cierto eso que dice Robert Wilson, que a veces cuando hay una puesta en escena con demasiadas cosas ocurriendo uno no puede estar al 100% en la música, que es muy importante, él mismo dice; «en ocasiones me veo obligado a cerrar los ojos porque es demasiado lo que visualmente está ocurriendo y mi oído no se concentra en la música y las voces». Aún así, con esta versión tan distinta y quizá minimalista desde el punto de vista de la plástica, es muy evocadora y deja de ser un poema visual, los efectos de la luz y el vestuario que es espléndido. Los colores que manifiestan también un estado de ánimo, amor, muerte, dolor, miedo.

Del realismo al simbolismo. Turandot está basada en un cuento fantástico chino de Carlo Gozzi (1720-1806). Todo es simbólico, emanado de la estética del cuento chino en la ópera y esto es lo que la hace tan especial. Se revienta por completo el código estético que está en las antípodas del realismo pucciniano que hasta ahora había sido su sello de identidad. «La obra tiene la rigidez coral propia del oratorio, la estructura dramática de un misterio pagano, de un fresco ceremonioso vasto e inmóvil, de un universo cerrado, puramente legendario, extraño a cualquier lectura ajena a la metáfora, plenamente adscrita a la estética simbolista». Joan Matabosch.

Más allá de la tiranía aterradora que representa la princesa Turandot, sometiendo a sus pretendientes a unas pruebas imposibles que tienen que superar para poder casarse con ella, es un personaje que merece todas las simpatías y comprensión. El matrimonio es la pérdida, en aquella época, del «Yo» como mujer o princesa, la esposa ya se somete al marido una vez contrae matrimonio, Turandot desde luego no sueña con eso, lo basa en una maldición de una antepasada suya. Lo que está claro que con esas pruebas Turandot no va a casarse con cualquiera, Él ha de ser un candidato que supere los tres acertijos, ni más ni menos, ha de ser un hombre inteligente, perspicaz y desde luego, por encima de todo, valiente. No podemos juzgar a la Princesa a la ligera, aunque sí parece tener un cierto disfrute con la crueldad, también se intuye un temor y una pasión enormes, pues su crueldad es una máscara para no mostrar sus anhelos y sentimientos. El destino fatal de aquellos que no superen los tres acertijos el la decapitación. Uno tras otro, osan aceptar el reto de la Princesa y uno tras otro pierde literalmente la cabeza. Hasta que aparece Él, Calaf, de quien Turandot aún no conoce su nombre ni nada sobre este misterioso príncipe tártaro en tierra extranjera. El simbolismo de la muerte con la luna nos recuerdo a algo muy lorquiano. La noche, la espera al alba que tiene como destino incierto el amor o la muerte. Y por supuesto como en toda ópera no podría faltar la tercera en discordia, Liú que es la antítesis de Turandot, dulce, entregada a su amor por Calaf, dispuesta a sacrificarse por él, afronta su terrible destino cosa ésta muy de Puccini, el amor altruista y totalmente sincero.

Giacomo Puccini falleció en Bruselas en 1924, cuando se sometía a un tratamiento del cáncer de garganta que padecía. Se encontraba entonces en una encrucijada para concluir el tercer acto de Turandot, con un sorprendente final feliz en el que el amor triunfa sobre la perfidia. Su discípulo, Franco Alfano, se encargó de concluir la partitura partiendo de los esbozos y notas dejados por su maestro y bajo la atenta supervisión de Arturo Toscanini, quien dirigió el estreno póstumo de la ópera en La Scala de Milán, en 1926, en una célebre representación en la que el director italiano cortó abruptamente la interpretación ─después del adagio que entona el coro tras la muerte de Liù─ y se dirigió al público diciendo: ‘Qui il Maestro finí’ (Aquí terminó el maestro). En las sucesivas funciones se ha utilizado el final de Alfano, que es el que desde entonces se emplea normalmente, pese a que Luciano Berio escribió otra versión estrenada en 2002 en Salzburgo. En Turandot, Giacomo Puccini da un enorme salto hacia delante en su escritura compositiva: se aleja del realismo y de su genial maniqueísmo de las emociones y explora un nuevo universo dramatúrgico pertrechado con su eximio arte de orquestar, su eclecticismo y su portentoso olfato teatral. La ópera entrelaza motivos epigramáticos con una impresionante eficacia dramatúrgica, otorgando al coro una relevancia dramática desconocida en sus óperas anteriores. Explora universos armónicos más audaces con pasajes bitonales y disonantes articulados con su proverbial melodismo, abriéndose un floreciente camino truncado por su repentina muerte.

Y como no podría ser de otra manera a la batuta está Nicola Luisotti, que estrenó la producción junto a Robert Wilson en 2018. Se pondrá nuevamente al frente del Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real ─y también de los Pequeños cantores de la JORCAM─ para dar vida a la genial partitura de Puccini, en la que se alternarán tres cuartetos protagonistas, con las sopranos Anna PirozziEwa Płonka y Saioa Hernández (Turandot), los tenores Jorge de LeónMichael Fabiano y Martin Muehle (Calaf), las sopranos Salome JiciaRuth Iniesta y Miren Urbieta-Vega (Liù) y los bajos Adam PalkaLiang Li y Fernando Radó (Timur). Además esta representación tiene motivos de dedicatoria en varios sentidos. Con TurandotAndrés Máspero concluye su trabajo al frente del Coro Titular del Teatro Real (Coro Intermezzo), del que es director desde su creación, en 2010, concediendo a esta formación un enorme prestigio y reconocimiento nacional e internacional. El importante papel del coro en la postrera y genial partitura de Puccini será también un homenaje a este gran director y a toda su brillante carrera. Las funciones de Turandot estarán dedicadas a la memoria del gran tenor Pedro Lavirgen (Bujalance, Córdoba, 31 de julio de 1930 – Madrid, 2 de abril de 2023), uno de los grandes intérpretes del papel de Calaf de su generación.

No os la perdáis si estáis por Madrid o pensáis en estar en la fechas de esta ópera esencial del repertorio operístico, una de las grandes sin lugar a dudas. Un elenco de lujo, como no podría ser de otra forma en este Templo del Arte que es el Teatro Real de Madrid. Ver Turandot es esencial para amantes del género y para los que no lo sean. Sobran las palabras. Vivir la experiencia.

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