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En el Diván

Encontrar el punto óptimo de la felicidad.

Aunque el concepto de la felicidad es unívoco, la realidad es que hay tantas ideas de la felicidad como personas. Es cierto que la felicidad se asocia con la ausencia de penas y de preocupaciones. Pero, el llegar a este estado depende mucho de cada uno. En un marco de las posibilidades que se tengan. Para quien no tiene una situación económica boyante quizá su meta es tener dinero. Para quien tiene dinero quizá el concepto de felicidad es tiempo. Así pues, desde un punto de vista individualista existen distintos caminos para ser feliz. Ahora bien, hay una forma que nos imponen desde fuera, el Estado y sus cánones. La felicidad puesta en escena como un grupo de personas despreocupadas, alrededor de una hoguera en una playa ideal, con sonrisas en sus caras. Pero, ¿qué hay detrás de este idealismo?

La felicidad es un estado efímero y subjetivo, el cual lleva puesto ciertos elementos como la sensación de estar «Bien». En la filosofía budista estar feliz, es un estado que no tiene extremos, no estar totalmente eufórico ni tampoco depresivo, es un punto de equilibrio sin excitarse demasiado. Sin embargo, en occidente la felicidad quizá si se asocie un poco más con la subida del ánimo algo exagerado. Ese concepto es lo que nos viene impuesto desde fuera. Tener cosas materiales, viajar, un millón de amigos, una carrera interesante, la familia etc etc… Son normalmente ideas que tenemos de la felicidad, que es como «tenerlo todo». Lo cierto es que la mejor fórmula de felicidad, es no necesitar de casi nada. Lo que viene a ser «desde dentro a fuera». Basar nuestra felicidad en bienes materiales, en segundas partes, en nuestra carrera laboral son quimeras que nos atrapan. En estos momento se le añade un elemento nuevo que se usa para saber cuán felices somos, y son la redes sociales. Éstas son un escaparate interminable de felicidad. Ese ritmo de la felicidad es una trampa artificial que nos lleva a una angustia constante por mostrar lo bien que estamos a los demás, competimos a ver quien es más feliz, sin ellos, nuestra felicidad no tendría sentido. Por lo tanto, no podemos decir que esta sea la idea más acertada de la felicidad. Creérselo sería un autoengaño.

La felicidad en su sentido elemental de su significado, es comer, beber, tener sexo, dormir, cierta satisfacción intelectual. Tener las necesidades básicas cubiertas es un buen comienzo para obtener la felicidad, pero el ser humano tiene en su naturaleza el «querer más». Al disfrutar una y otra vez de algo, entramos en un hastío que nos conduce al aburrimiento, y ya no disfrutamos de ese estado de felicidad. El deseo de obtener algo y cuando lo obtengamos nos va a hacer felices sólo funciona un instante. Por lo que buscar en lo externo la felicidad es un error, dado que se trata de algo pasajero que nos tendrá esclavos de esa búsqueda constante y cansina. El ser feliz es algo totalmente relativo a nuestra circunstancia. Si a una persona se la priva de libertad de movimiento, su concepto de lo que le hace feliz va a cambiar, pues un simple paseo en el exterior un día lluvioso va a ser para esta persona un regalo de valor inestimable. Por lo tanto, tiene un sentido «subjetivo» y «objetivo» dependiendo si lo parámetros están evaluados desde el exterior conforme a criterios que podríamos describir como estándares de la felicidad. El sentido objetivo es un concepto más individualista, conforme a lo que cada uno considera bueno, satisfactorio o feliz. En general para no liar la madeja mucho, es la idea de la «buena vida».

Gozar de la vida y ver la vida como un todo. Son algunos momentos los que nos cuentan como felices. Por esta razón tenemos que ver la felicidad como un todo. No podemos estar analizando constantemente nuestro «grado» (si es que se puede medir) de felicidad por experiencias concretas. Es un balance total en un determinado tiempo. Solemos hacer este balance en el fin de año, pero cada vez más en septiembre, quizá este último, para revaluar nuestros hábitos en la búsqueda de la virtud. Tener una vida virtuosa nos acerca a la felicidad en términos absolutos, como así se entiende desde la filosofía clásica moral. El «bienestar subjetivo» con «satisfacción de la vida» confrontan entre sí, pues es la vida como es o la vida como debería ser. Tenemos una idea de cómo es la felicidad por lo que nos viene dado desde el exterior, pero no siempre esto es cierto, pues depende en un alto grado de las circunstancias y ecosistema donde vivimos. Diferenciamos bien el dolor de la satisfacción. Pero lo cierto es que muchas veces es un todo de sus partes, el dolor entendido como sacrificio de algo hacia un objetivo positivo puede ser satisfactorio. Del mismo modo que la calidad de vida se entiende como la aportación útil a la sociedad. La utilidad de nuestra vida nos hace feliz pues la llena de significado. La vida ha de ser algo más que un camino individualista, debe ser algo más allá de lo útil de sí mismo. Aristóteles y el concepto «eudaimonia», satisfacción en la vida. La vida activa para ser feliz. La medición de la felicidad en vertical sería verla como momentos de altibajos, fácilmente identificables, en su modo horizontal será algo más prolongado en el tiempo, esta felicidad es muy parecida al concepto oriental budista de no estar arriba del todo (euforia) ni tampoco abajo del todo (tristeza).

«No hay un camino a la felicidad. La felicidad es el camino. No creas nada de lo que has leído, no importa quien lo ha dicho, incluso no importa lo que he dicho yo, a no ser que esté de acuerdo con tu propia razón y sentido común. Un momento puede cambiar un día, un día puede cambiar una vida y una vida puede cambiar el mundo.».

BUDA

Cuando el planteamiento de si somos o no felices entra en conflicto es conforme comparamos nuestra vida y por tanto el nivel de felicidad con los demás. La comparación a veces se hace de forma irracional y sin pensar que esta o aquella persona es feliz con algo que a nosotros no nos bastaría o simplemente no nos haría felices. Sin embargo, se produce ese elemento comparativo en tanto y cuanto estemos en cierta medida insatisfechos con nuestro nivel de felicidad. ¿Es posible que seamos felices y no lo sepamos ver? Desde luego que sí. Hay personas que al evaluar si vida son totalmente certeros que son muy felices, cuando quizá en realidad no lo sean tanto, y otros, por el contrario, se describen a sí mismo com infelices (o no tan felices) cuando sus vidas son bastante plenas y satisfactorias. Gente que se queja a pesar de su alto nivel de felicidad y gente que a pesar su vida no satisfactoria no se queja en absoluto. Eso ocurre con la percepción de las cosas en su comparación irracional, nos lleva a querer algo que realmente no necesitamos ni queremos, sólo porque a otra persona ese «algo» parece hacerle muy feliz. Aquí habría que replantearse el autoconocimiento que tenemos de nosotros mismos, saber qué es lo que nos reconforta y que cosas nos inquietan. A menudo, adoptamos hábitos que no nos procuran placer y tranquilidad, lo hacemos como inercia en el ecosistema que habitamos con las personas que frecuentamos. En las sociedades digamos, ricas occidentales, esto ocurre cada vez con más frecuencia. Las tendencias de la felicidad cambian según el PIB de un país. La felicidad se podría bien medir por el nivel de protección en la vida que tengamos, así pues, una cobertura médica total y protección legal ante los problemas cotidianos nos pueden reportar enorme beneficios de tranquilidad que sean propicios a ser más felices, por que estamos, más despreocupados. Lo contrarío generaría más y más angustia y más y más depresión.

La igualdad también afecta al nivel de felicidad de una sociedad, cuanto más igualdad mayor grado de felicidad, así al contrario, a más desigualdad menos felices son las personas. Cuánto mayor es la satisfacción en cuestiones sociales, como el nivel de ingresos, el acceso a servicios y la educación, mayor nivel de felicidad en tanto y cuanto los habitantes están más tranquilos. La tranquilidad vista desde la ausencia de angustias y preocupaciones, es muy positiva en el estado de ánimo, ofrece la predisposición óptima para que los habitantes de un país se sientan seguros y protegidos por lo tanto, propensos a participar en la vida social y económica de su entorno, con la realización de sus metas. Políticamente que el Estado ofrezca garantías socioeconómicas es un avance en cualquier nación que aspire a progresar y tener una esperanza de vida en positivo y gente más sana. Es un error pensar que no importan las desigualdades porque no nos afectan, estamos a veces muy alejados de ciertas realidades, y no nos damos cuenta hasta que punto nos termina salpicando. Cuánto más parte de las sociedades obtengan lo suficiente para sus necesidades básicas mejor para el conjunto. Unos de los problemas de las sociedades capitalista es que basan su supervivencia en el crecimiento constante (lo cual es hoy día inviable) el crecimiento de la población mundial, junto a la escasez del planeta, el cambio climático, las guerras, problemas de recursos energéticos y alimentarios hace de este sistema que sea autodestructivo. Incluso en los países llamados del «primer mundo» este crecimiento exponencial y progresivo es ya insostenible. La población mundial está de alguna forma preocupada del futuro a medio plazo. Los cambios del paradigma económico y el sistema laboral, pensiones, redistribución de los recursos, genera angustia. La forma en que una sociedad accede a los recursos como por ejemplo la cultura es también un factor que nos indica los niveles de satisfacción. Así la capacidad de disfrutar e ir a un concierto, restaurante, teatro, la vida social con los amigos o la familia, etc… es crucial para el bienestar general.

Lo cierto es que la felicidad sólo se puede conseguir desde dentro de uno mismo. No existen fórmulas mágicas, ni recetas, ni recompensas fortuitas y pasajeras, son momentos que vienen y que se van. La plenitud de sentirse bien, alegre en la vida aunque se esté triste, es lo que nos hace reconocer la felicidad cuando nos visita. El templo de la mente humana pleno, intelectual, gozoso, intermitente. Vivimos en una sociedad en la que cada vez más se hace cuesta arriba todo lo que tiene que ver con las emociones y la resiliencia. Antes nos entrenábamos más en estos puntos, la amistad, el amor, la envidia, las peleas, la soledad, todo era parte de la vida y teníamos que manejarlo, pasar de todo y seguir adelante, por que hay más «peces en el mar». No podemos gustar a todos por igual, incluso tenemos que vivir con la idea de que a veces no gustamos en absoluto a alguien. Bien. Está en su pleno derecho, del mismo modo que nosotros estamos en nuestro pleno derecho de que nos importe un bledo no gustarle. Así pues, hoy esto no se enseña, y cada vez la infelicidad es más duradera e incluso crónica. La vida no es un baño de rosas, pero hay rosas por doquier y tenemos que saber sacarles el máximo aroma. Un amigo, escritor y periodista, hombre aventurero, amable y tímido dijo; «lo peor de la muerte es no haber vivido». Y eso es lo que cuenta, haber vivido, lo amargo y lo dulce, lo picante y lo insípido. Cuando cierres los ojos, mírate por dentro, y entra en poder de tu ritmo y de tu mente, cálmate, respira, cuida tu interior, eso es lo que te va a llevar a que la felicidad te encuentre y tú la sepas vivir sin temor a perderla. va y viene, sólo tenemos que saber que todo está en perpetuo movimiento, nada permanece.

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