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Historia Personal

La incansable búsqueda de la felicidad.

Como siempre, esta historia es real como la vida misma, pero los nombres han sido cambiados. Para no despertar acritudes innecesarias, aunque si por una casualidad las personas implicadas leyeran este texto, por supuesto sabrían que se trata de ellas mismas, pero quedan anónimas para el resto. Los hechos los intentaré narrar tal cual, con alguna licencia contextual y narrativa para que sea más fumable.

Hará ya unos años, no muchos, que cierta mujer, Teresa, está sufriendo un duro golpe sentimental, después de años de matrimonio, la historia de siempre. Marido deja a su mujer por otra más joven. Teresa ha criado tres hijos, ha dejado su vida para que él, como siempre él, para que tenga su libertad, su trabajo, su vida, mientras Teresa cría a sus hijos, que sí, siendo también suyos, son también de él. Teresa no sabe si es feliz o no. No tiene tiempo, pues los hijos (dos niñas y un niño) tan sólo se llevan un año entre sí. Es decir, que Teresa tuvo un parto al año. Mientras él se dedicaba a su vida, a su trabajo, a su libertad. Cuando los hijos ya eran adolescentes, Teresa soñaba con la promesa prometida por él; Felipe. –«Cuando sean mayores tenemos toda la vida por delante para viajar y estar juntos, tiempo de calidad Teresa-» Decía él, Felipe, cuando Teresa estaba demasiado agitada por su ansiedad de vivir. No es de extrañar que cuando llegó ese momento y no ocurrió nada de eso, sino más bien, todo lo contrario, que Teresa quedara en estado de shock. Felipe se «enamoró» perdidamente (¿pues no está su derecho?) de una mujer 20 años más joven que él. Eso Teresa no lo vio venir, confió en él. Ella estaba agarrada a la promesa, esperando el momento para ser feliz. Él ya hacía tiempo que estaba cultivando ese «amor» de segunda oportunidad de sentirse un hombre joven. Felipe no es un hombre guapo, pero tampoco feo. Es el típico atractivo resultón. Teresa es altísima, rubia pelo rizado, ojos verdes, de constitución atlética algo masculina, tampoco es guapa, pero impone, sobre todo por su estatura.

Su posición económica (la de la pareja) es buena, diríamos muy buena. Dos casas, dos coches, vacaciones, fondos de inversión, colchón económico de herencias familiares. Viene el divorcio. Felipe se muestra generoso, en parte porque no quiere luchas innecesarias que le hagan perder minutos a su nueva vida, a su nuevo «amor». Le propone a Teresa quedarse con las casas, y obtener un lucrativo tanto de las inversiones, lo que haría que Teresa tuviera un buen ingreso mensual sin necesidad de trabajar, a parte de los lucrativos dividendos de las inversiones. Un sueño hecho realidad para cualquier persona ¿No? Pues no, para Teresa. Enamorada de Felipe como el primer día, sumisa durante 20 años, dispuesta a todo por él, demostrado con creces, para Teresa ni todo el oro del mundo compensaría. Él le pide que por favor lo acepte y que ella es la mujer más importante en su vida, la madre de sus hijos, que siempre lo será y nada puede cambiar eso, pero que se ha enamorado y que no puede luchar contra eso, por favor Teresa entiéndelo. Y Teresa deshecha en amor y en comprensión, rota en mil pedazos por todas partes, lo entiende. Acepta, pensando en un resquicio de esperanza que le queda cuando oye las palabras de Felipe (el cual diría cualquier cosa para irse lo antes posible), que quizá es un arrebato y volverá. Pero ahora veremos que Felipe no vuelve, desata todo esto un destino (quizá equivocado e injusto, quizá inevitable) de desastres y horrores más allá de lo que podamos entender.

Pasan unos años y Teresa hace las cosas que tiene que hacer en trance, como si su cuerpo actuara por inercia o por una fuerza oculta que lo moviera. Sus hijos poco a poco se van de casa y Teresa queda sola. Comienza a pensar más y más en Felipe, ¿cómo es posible que aún no haya vuelto con el rabo entre las piernas? Aparecen las redes sociales, especialmente una muy muy muy popular, Teresa se abre una cuenta. Horror. Todos podemos imaginar qué es lo que hace. Al ver todas aquellas fotos de Felipe y la Otra, todos esos sitios exóticos del mapa terráqueo, los gestos de «amor». Frena en seco cuando ve un mensaje despechado de otra mujer (la joven que rompió el matrimonio de Teresa). Lo curioso es que Felipe en aquellas fotografías no está con la mujer que suplantó a Teresa hace unos añitos, no. La mujer en aquellos lugares tan exóticos y paradisiacos era otra. Felipe la había traicionado, implantando en ella falsas esperanzas, haciendo que Teresa creyera que iba a volver, él sabía perfectamente cómo hacer eso, conocía a su exmujer muy bien. La mujer, digamos, nueva de las fotografías era más mayor, quizá unos años menos que Teresa, pero era una mujer muy sofisticada y elegante. No siguió más, apagó el ordenador y comenzó a dar vueltas por toda la casa, como poseída por un demonio. Emperifollada hasta los dientes, salió de casa, eran más de las once de la noche.

Después de aquella noche le siguió otra y otra y otra y otra, así durante meses. Todas esas noches sucesivas con lo que conllevaban, alcohol, hombres, bailes, risas, más alcohol. Necesitaba un cambio de vestuario. Tenía una nueva vida y requería de nueva ropa, para la nueva Teresa. Era feliz. Tenía dinero, no tenía preocupaciones inminentes, perdió la esperanza de la vuelta de su marido, y encima el desamor la había hecho perder unos kilos y estaba encantada consigo misma. Todo ese proceso de reinvención llevó a Teresa a una rutina totalmente hedonista y despilfarradora. Por el día salía de tiendas y a comer con una o más de esas nuevas amigas, que aunque la veían rara y algo excéntrica, Teresa pagaba todo, y eso compensaba el estar incómodas un rato. A veces iba sola. Teresa no era ya Teresa, era una invención, era una recreación provocada por la necesidad de cuidados paliativos. Teresa no había hecho duelo, no tuvo tiempo, cuando los hijos se fueron, se vio sola y eso era algo que para ella, significaba la muerte, no había estado nunca sola. No hizo el duelo de dolor, de pérdida, de encontrarse con el «yo» más equilibrado, se lanzó al vacío para evitar su dolor sin freno, eludiendo todo peso incómodo. En una de esas noches de fiesta Teresa probó algo que desencadenó una serie de cosas que posiblemente estarían ya dentro de Teresa y que salieron de la forma más distorsionada. Todas aquellas sustancias hacían que Teresa bebiera más y aguantara más, la fiesta se alargaba cada noche más. Los días de compras eran cada vez más locos, gastaba y gastaba. Era feliz.

Una tarde se sentía tan bien que llamó a Felipe, éste incómodo se comportó de una forma inesperada, era como si no hubieran sido marido y mujer ni hubieran tenido 3 hijos. Felipe, cortante, la dijo que todo bien, que no podía verla y que por favor no llamara más a no ser que fuera por un tema de hijos. Al colgar el teléfono, Teresa que no registraba bien estas realidades, creo la suya propia. Salió totalmente de punta en blanco a la calle. Era demasiado temprano para ir a los clubes que iba, que aún estaba cerrado. Pero iría a dar una vuelta y tomar algo. Vaya si tomó. Para la apertura del ocio nocturno Teresa ya iba fina. Entró en el club de rigor, con la gente de rigor siguió bebiendo etcétera…. Al cabo de un rato su mente comenzó a jugarle males pasadas. Veía Felipes con chicas jóvenes besándose y abrazándose por toda la discoteca. Su mente estaba torturándola de tal forma que Teresa no podía soportarlo. Salió y subió a su coche. Vacío. Blanco. Nada.

Teresa despertó de esa nada, oyendo un bip, bip, bip, bip, abrió los ojos, sentía un dolor de cabeza intenso, miró a su alrededor y todo era blanco, paredes blancas, batas blancas, sábanas blancas. El doctor se acercó a ella, viendo que, efectivamente había despertado por fin. Los hijos suspiraron aliviados. Lo primero que dijo Teresa es «dónde está vuestro padre». El daño era importante había dañado su cabeza en el accidente de forma grave y tenía problemas de derrames que había que tratar de por vida. Teresa después de un tiempo largo en el hospital, volvió a su casa. Felipe no hizo ni siquiera una llamada para saber cómo estaba, sólo con los hijos y poco, la verdad. Felipe siempre había pensado que con los años Teresa se había vuelto un poco intensa, que era muy celosa, muy cambiante, muy agobiante. Él no quería vivir así. Felipe llevaba albergando dejar a Teresa desde el primer hijo. Al volver a su casa Teresa lo primero que hizo fue probarse toda su ropa de forma compulsiva. Lo sacó todo de los cajones y armarios, abrió una botella de cava que había en la nevera de antes del accidente y se sirvió una copa tras otra. Puso música pop, bailó como una poseída, se maquilló con colores llamativos, cuando miró en su bolso todas aquellas pastillas que le recetó en médico y que tenía que tomar, pensó que entonces iba a ahorra mucho en otras sustancias, dado que ya las tenía legales. Teresa en el fondo mirándose de verdad al espejo por unos minutos, se sintió fatal, estúpida por haberle creído, traicionada por haberlo dado todo por nada, deprimida por no ver un futuro ilusionante, asqueada de ella misma por todo lo anterior. Todo lo eliminó con un gesto de cabeza hacia un lado acompañado de un largo trago y continuó en su realidad paralela.

Los hijos la llamaban al principio casi todos los días, bueno todos, se turnaban, «mamá ¿te has tomado las pastillas? es importante para evitar coágulos.» Luego ya poco a poco dejaron de hacerlo. Teresa quedó sola, otra vez. La soledad tenía un efecto en Teresa fatal. Vendría de lejos, de la infancia, según Freud diría. Pero el caso es que la soledad infringía en Teresa unas heridas dolorosas y sangrantes. Tomaba sus pastillas, sí. Pero también las aderezaba con todo tipo de bebidas alcohólicas, Cava, Champán, Ron, Vodka, Gin & Tonic … Las pastillas con Vodka eran una combinación explosiva, por alguna razón química. Teresa comenzó a ganar peso; ¿serían aquellas pastillas? La tripa se le hinchó como un globo, los tobillos, los brazos, los muslos. Teresa retomó enseguida su hábito matutino de las compras. Al llegar a su tienda favorita, que le hacía tan feliz, en la que la trataban siempre como a una celebridad, claro que gastaba una cantidad importante de dinero, había una nueva dependienta. Teresa hoy día toleraba si cabe aún menos los cambios. ¿Donde estaba su habitual dependienta, la chiquita esa rubia tan guapa y amable de Ucrania? Ya no estaba, le contaron, que había cambiado de trabajo y ya no trabajaba allí. Elena sin embargo, la atendería fenomenal pues era estilista y muy buena profesional. No. Rotundamente no. ¿Dónde está Lilli? Montó un espectáculo lamentable, tuvieron que llamar a la policía, la llevaron a los servicios de salud mental. Un psicólogo diagnosticó a Teresa con un cuadro maníacodepresivo. Más pastillas.

Teresa se fue acostumbrando a Elena poco a poco. Controlada con los tratamientos, casi sedada, con la mirada siempre perdida, los movimientos lentos y pesados, su sobrepeso, las cicatrices de su cara que siempre obviaba como si no estuvieran ahí, Teresa iba de compras todos los días. Cada día gastaba más dinero, Elena comenzó a sentirse mal porque era de sobra evidente que aquella mujer no estaba bien. Teresa pedía la talla pequeña (que había tenido antes, aunque justa) ahora esa talla no podía encajar en aquel cuerpo hinchado, pero ella insistía, pues Teresa tenía una capacidad enorme de ver lo que ella quería ver y ella se veía delgada. Y preguntaba hasta 5 veces, ¿es la pequeña? ¿me has puesto la pequeña? Tanto así, que ocasiones hacía sacar toda la ropa de las bolsas para volver a revisar las tallas. Comenzó a estar paranoica con las dependientas, que querían de algún modo engañarla. Nada más lejos, lo que las dependientas hacían era incluso disuadir a Teresa que comprara más. Era una tortura, volvía al día siguiente a devolver la ropa (que no era poca) porque no le entraba, por otra talla más grande. Era un proceso tan inútil como tortuoso para todos. Teresa compraba tallas «S» y al día siguiente las devolvía por tallas «XL». Así cada día. Con el mismo ritual. Las dependientas no sabía que hacer. No tenían a nadie a quien recurrir de su familia. Hablaron con el manager, explicando la situación de Teresa paso a paso, aunque era muy lucrativo para la tienda, tarde o temprano se les iba a venir encima, por que aquella mujer era una bomba programada para estallar. La dirección estaba de acuerdo con aquella resolución, por lo que indicaron a las dependientas que no vendieran más artículos a Teresa. Bajo alguna excusa que no la hiciera daño o sospechar había que dejar de venderla. Y así se hizo. Pero al poco tiempo, Teresa que tenía un diagnóstico psiquiátrico pero era bastante inteligente e intuitiva, comenzó a mosquearse.

Dejó de ir por unas semanas a la tienda. Las chicas pensaban aliviadas que había funcionado la estrategia. Cuando una mañana Teresa apareció por la tienda. Embutida en un vestido rojo a punto de estallar, unos zapatos plateados con plataformas y un bolso de esos que cuestan el salario mínimo interprofesional, Teresa entró en modo triunfante. Enseguida se podía ver que no estaba bien, andaba tambaleándose, como un edificio de 50 pisos subida a aquello zapatos que la elevaban su 1. 80 a una altura casi imposible. Con la mirada aguada y sus pupilas negras dilatadas, obviamente bajo los efectos de algo, se acercó a la caja donde estaba la encargada. Pidió probarse ropa, eso, esto, aquello y eso otro. «Ah! y no me vengas con el cuento que no hay talla o que no está en la tienda sólo es de exposición». Al no servirle los modelos que requería, Teresa comenzó a andar hacia la ropa colgada en línea en las barras, todas las percha en orden perfectamente perfiladas, con su brazo estirado tocando la ropa, comenzó a caminar tirando lo que había a su alcance al suelo. Se acercaron a ella para disuadirla, pero Teresa, se asió de algunas prendas y comenzó a rasgarlas. Siguió su visita adentrándose más y rasgando más ropa, la ropa dura como el tejido denim o el cuero, requerían de herramientas, por lo que Teresa saco unas tijeras del bolso de lujo. Apuntaba con las tijeras a todos lo que se acercaban a frenarla.

Hoy Teresa ya no es nadie, no existe ni siquiera un pequeño resquicio de la madre, o al esposa, o la Teresa reintentada. Su vida, su esperanza, su felicidad, todo está borrado en la bruma de su de mente, el silencio roto con gritos de angustia momentáneos es su banda sonora, en aquella habitación, blanca, con sábanas blancas, con gente vestida de blanco, y su mente tan oscura, tan borroso todo, tan vacío y hueco. Sola. Allí Teresa pasa los ritmos del tiempo, del reloj, sin ningún tipo de oportunidad de hacerse entender, de explicar a quien la escuche, que ella sólo quería ser feliz.

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