El amor no conoce de modales ni de normas, es como es, los hay para todos los gustos y cada cual lo vive a su manera. Particularmente creo que si te hace feliz es válido, en el momento que no, pues ya no vale para nada. Es mejor que si lo bueno es breve, dos veces bueno. Alargamos relaciones de amor (cuando digo amor me refiero también a amistades “peligrosas”) que no van bien y sin embargo, seguimos perpetuando por la inercia del tiempo y el apego y la desidia que nos provoca.
María, me contó una vez algo que nunca he podido olvidar. Olvidé detalles concretos pero, lo esencial del asunto es imposible olvidarlo. Una noche de agosto allá por el 2002, parece que han pasado siglos, y son 20 años, que según el tango “no son nada”. Estábamos en un restaurante cerca del puerto con unas vistas privilegiadas al océano atlántico y a los veleros atracados en el puerto. Habíamos terminado de cenar un arroz con bogavante y dos botellas de vino verde. Esperábamos nuestro postre mientras apurábamos el vino que nos quedaba en las copas. María tuvo una experiencia de amor total, según decía ella que había durado 4 meses, -“¡perfecto!!, en serio, ¿para qué más?-” decía mientras miraba al océano con los ojos llorosos pero contentos y plenos de lo pasado, que fue intenso y breve, como a María le gustaba. Yo mientras la escuchaba también me sumía en mis propios pensamientos de amores largos, intensos al principio y muy cordiales al final. María, predicaba con el ejemplo, y nunca había estado con un amor más de un año. Decía que ya eso era una proeza, un año lo llevaba bien, sólo cuando ha sido amor a distancia con intervalos de estancias aquí y allá. ¡Vamos! lo justo para el deleite.
El camarero que nos atendía fingía no escucharnos, pero estaba prestando todo su oído con una risita colgada en su cara. La mesa de al lado también. Y es que, eso es muy típico en los restaurantes chulos, la gente susurra al hablar por que como la música de piano (normalmente) está muy bajita para no molestar, cuando no hay muchos comensales, se suele oír lo que ocurre en las mesas más próximas. María hablaba además, fenomenal, su voz, sus gestos, las manos, ¡ay! las manos de María…. Daba un gusto escucharla. La luz dentro era muy tenue, pero las luces que alumbraban el puerto eran lejanas pero brillantes y la luz de la luna en el horizonte, creando una alfombra plateada en su reflejo con el mar, nos acompañaba a través de la ventana. María encendió la vela que había sobre la mesa, se había apagado con el aliento de nuestras risas. El camarero trajo por fin el postre, y nos regaló una botella de champán. Debió ser en agradecimiento por la noche tan amena que le estábamos dando, y quizá didáctica.
María no solía beber, por lo que estaba bastante achispada. Comenzó ya abrir más puertas de su memoria e incluso puertas que no la pertenecían a ella, cosa que no era para nada común dada su discreción. Pero … el champán es traicionero y nos suelta las riendas. -“La atracción del abismo. Eso es peligroso, mira que se lo dije una y otra vez al pobre, hahahahaha! no puedo más, me río y me río pero fue una cosa de llorar, más bien. La conoció en una sala de espera de un dentista, ella era psicóloga de niños, hahahhahahahaha, esto tiene gracia, te lo digo!!!-” María ya no podía parar, yo la dejé hablar, por que a mi, me encantaba escucharla. -“¡¡¡¡¡Psicóloga infantil!!!! No puedo más. hahhahahahahhaha. Estas conversaciones tontas que uno tiene en las salas de espera, así empezó. Hablaron y hablaron y el pobre quedó prendado. Al final comenzaron una relación y en un visto y no visto ya estaban mirando pisos en alquiler al principio, para luego comprar, matrimonio, hijos, perro, gatos… un jardín con flores, todo el pack. Yo le dije, mira, creo que te estás precipitando, él me contestó que no, era lo que buscaba. En fin. Hasta aquí todo normal. ¿Si?”- Yo le dije que sí sí, que siguiera, que me espera una bomba pronto en esa historia que María contaba tan bien. Ya nos quedaba poco champán, el camarero incluso se había puesto cómodo apoyándose detrás de la barra con un pie subido a unas cajas debajo subiendo su rodilla derecha donde tenía un paño con el que secaba las copas. Toda su atención en el relato de María, como yo. Continuó.
-“Mi amigo siempre había sido muy desconfiado con las mujeres, una madre controladora no ayudó a que tuviera relaciones sanas y duraderas o al menos normales. Esta vez iba a ser diferente y la definitiva. hahahhahahahaha. Incluso a su madre le encantó –“¿Psicóloga infantil? wowow genial hijo, ¡genial.!”– La verdad es que en que fue la definitiva, tuvo razón. Nunca más ha tenido otra después. Bueno. Salieron de la clínica dentista con los intercambios de teléfonos, correos electrónicos, todo dato necesario para no perderse de vista. Todo fue bien las 5 primeras semanas que se instalaron en un pisto pequeño de alquiler como prueba. ¡Bendita sean las pruebas de acierto/error!!! Te lo digo. Mi amigo que alardeaba siempre de leer muy bien a la gente, se la dieron bien dada en esta ocasión. Trabajaba hace años en una correduría de seguros y tenía experiencia (según él) en leer mentes. hahahahhahahahahha. No puedo, no puedo.”- María se paró, apelada quizá por su conciencia. Yo no dije nada para no influir en su parlamento interior, el camarero puso cara de fastidio, cuando al final resolvió. -“Que narices, ¡venga! que ya no nos vemos nunca” – Y esto es justo lo que me hace hablar de esta noche calurosa de agosto de 2002, yo tampoco veo a María nunca. Duró nuestra amistad lo justo para no aburrir, lo que agradezco enormemente, dado que, hoy me queda un recuerdo placentero y satisfactorio de una mujer extraordinaria, culta e intelectual, guapa, encantadora, que a una le hace pensar; ¿porqué no seré bisexual? Pero así es. No lo soy. Aunque créanme lo he intentado. Pero María tenía razón en que las relaciones humanas aburren o decepcionan cuando se alargan demasiado en el tiempo. María se lanzó a la piscina. Comenzó a largar un montón de cosas, de su amigo, de la novia de éste, de ella misma, de su hermano, no voy a revelarlo todo. Por cierto, María y yo nos conocimos una tarde/noche en una ciudad europea dentro de un cine, viendo una película con Jennifer Aniston y Kevin Bacon, acerca de la relaciones de pareja y muy previsible. Yo me senté a su lado sin ver nada, puesto que llegué tarde y todo estaba oscuro, destino. Maravilloso. Ella estaba ahí sentada, me dijo “hola” al llegar, lo que me sorprendió para bien. En el cine, alguien que empezada la película te saluda, genial. El caso es que, nos miramos dos o tres veces, nos reíamos de lo estúpido del guion de la película y la idea en general, conectamos al instante. Sin conocernos de nada nos pusimos a cuchichear a criticar cada escena y a reírnos como colegialas, que saben que no pueden hacer ruido al reírse. La gente comenzó a shhh shhhherarnos, cuánto más lo hacían, más nos reíamos nosotras. Al final, el acomodador vino a llamarnos la atención. Nos callamos unos minutos, pero después la explosión fue total. Bueno, de todos modos la película estaba ya finalizando. Salimos del cine hablando y hablando sin parar. Tomamos un café en un bar cercano y desde ahí todo fue sobre ruedas. Ahora ya no nos vemos, nuestras vidas han cambiado, nuestras conversaciones hasta altas horas de la madrugada se iban desmoralizando poco a poco. Al final, el tedio de todas la relaciones humanas, que tarde o temprano, se va apoderando. Sólo conservamos las que son vitales y aportan oxígeno a nuestras vidas in extremis. Todo esto pasaba por mi cabeza, no que no la iba a ver más, obviamente, pero sí, la tarde del cine, cómo nos conocimos. Ella continuó con su relato.
-“Al cabo de unos meses de convivencia, fue muy poco a poco que mi amigo estuvo notando taras en su enamorada. Él cegado por el amor, o lo que sea…. a veces, con perdón es desesperación, pensaba que alguien que trabajaba con niños encima de psicóloga, era alguien equilibrado, pero, nada más lejos de este pensamiento. ¡Cuidado! ella era una profesional, eso que quede bien claro. La vida privada es otra cosa. Quizá es lo que tiene, uno tiene un control exhaustivo en su marco laboral, que luego sueltas amarras…. hahahahhahhahhaha-” María no paraba de reírse, quizá era el vino, el champán y el no estar habituada. Pero reía mucho y a menudo. Ya las mesas aledañas estaban también entregadas al relato. Tanto así, que yo incluso pensé en la posibilidad de unirnos y pedir más champán. Esto es real como la vida misma. El camarero salió de la barra mientras María reía y reía y reía…. Había tres mesas más. Una pareja cercana, de la que ya he hablado, una mesa algo más lejos de tres hombres, quizá en una reunión de negocios, encorbatados y pulidos, otra mesa con una pareja de unos 55 años (quizá más), la otra mesa estaba más alejada y al final pagó la cuenta y se marchó cuando el tercer ataque de risa de María se desencadenó.
A este punto estábamos ya todos en ascuas. -“Mi amigo volvió un día del trabajo y su prometida hahahahahahah, no puedo no puedo, estaba en el cuarto de baño. Él tocó la puerta como por cortesía, y abrió sin esperar respuesta, y hahahhahahahhha, y ….. ahhhahahahhahahhha, no puedo. Estaba sentada en el suelo del baño comiéndose el papel higiénico. Al juzgar por el rollo que tenía en la mano, ya había ingerido gran parte del mismo. HahahahahHahahahhhaHahahhaha! Estaba como una regadera. Esto fue la punta del iceberg, como se suele decir. La vida sexual era rara rara rara. Ella que no quería ser madre fuera del matrimonio solo practicaba el sexo anal. Por miedo a quedar embarazada. Mi amigo que nunca había practicado esta modalidad, ahora era lo único que practicaba. ¿¡¡¡¡¡Entiendes?!!! La pilló en el suelo del baño comiéndose el papel higiénico … ¡Qué banal! ¿oh debo decir. B-anal?! hahahhahahahhaha.”- En ese momento todos en el restaurante comenzaron a reírse, era imposible en ese clímax no reír. El camarero descorchó tres botellas de champán. Repartió copas de entra la clientela, y una para él. Ya daban las 3 de la madrugada y el local estaba cerrado. María, la estrella de la noche, se levantó para ir al baño. Yo me levanté para ir a la barra y pedir agua por dios. Me dolía la mandíbula, el estómago, mis ojos estaban llorando de la risa. Se acercó más gente a la barra a hacer lo mismo y pedir agua. La noche acabó entre copas de champán más anécdotas más risas y con nuevos intercambios de números de teléfonos a la salida del local. La noche era aún calurosa y muy iluminada con una luna empeñada en mantenernos despiertas. María y yo nos dirigimos a un local cercano de jazz, donde, adivinen… En la mesa de al lado había tres hombres jóvenes extranjeros muy atractivos.
Recuerdos de una noche inolvidable. BGD. 😉
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