Cada uno maneja de forma diferente estos momentos de pandemia mundial que vivimos sin precedentes en el siglo XXI. No sentimos solos, quizá lo estemos, más solos que nunca. Nos estamos dando cuenta que no hemos cultivado la vida en “comunidad” de apoyo mutuo, en el cara a cara, esa interacción más allá del mundo virtual. Hablamos de la “normalidad” como algo tangible y empírico, dotada ésta de un unívoco significado. Pero, ¿qué es esa ansiada normalidad en tiempos de pandemia? ¿Cómo asumimos los cambios hacia lo que quizá sea otra normalidad que al final aceptaremos? ¿Estamos informados bien? Está claro que estamos muy informados, incluso, sobre informados, pero, ¿eso significa que estamos bien informados? ¿Y que hay de la contra información? Dependemos de los diversos puntos de vista de los llamados “expertos”. La sociedad del siglo XXI en su mayoría, no apta para pensar solos y en silencio, tenemos aparatos que piensan por nosotros; lo que queremos, lo que necesitamos, lo que deseamos, lo que no tendremos nunca, lo que nos merecemos, lo que buscamos. Nuestra vida está regida por algoritmos, cookies de Google y otros… En la era de lo que todo existe y se ve y se sabe, no hemos estado jamás mas sordos, ciegos e ignorantes, a la vez que invisibles detrás del “dato”. La protección de uno mismo se hace más difícil. La política ensimismada en una amalgama de “Big Data”, encuestas, gráficas ascendentes o descendentes, se está olvidando de quienes les proporcionan esos datos que tanto gusto tienen en recabar, los ciudadanos, y que éstos no tendrán ya ganas de más encuestas y datos, una vez vean mermada su salud mental y física así como su desesperada vida precaria.
La mofa de un diputado del Partido Popular al diputado de Más Madrid, Iñigo Errejón por decir abiertamente, que la aclamada salud universal y gratuita española, no estaba haciendo sus deberes al no tener en cuenta la tendencia de casos de patologías psíquicas en la población acusada por la pandemia mundial. Esta actitud, no explica más que la posición de los políticos en general no es otra que sus propios ombligos e intereses, sentarse en la silla laureada del poder temporal, que ellos parecen no darse cuenta que es eso, temporal, y criticar a todo lo que no viene de su bancada en el Congreso. Al grito de “Vete al Médico” cuando Errejón apelaba al derecho de todos a ser acompañados en la angustia que supone una depresión o cualquier otra patología mental que requiera de un psicólogo, y que dicha ayuda no suponga rascarnos el bolsillo, nos hace ver cuán poca idea tienen los políticos precarios que nos representan de la realidad social, sean del color/ideología que sean. La desafortunada “pequeña” frase del diputado del Partido Popular (PP) te deja sin ganas de ir a las urnas otra vez. Que el debate ya sea de oposición y confrontación por cabezonería o por hacer ver al pueblo que ellos saben mejor y que el enemigo patoso siempre es el que gobierna, ya huele mal. Desde la oposición, sin hacer algo más que criticar por criticar todo absolutamente todo, ya es de una tomadura de pelo monumental. Y es que en política hay tener algunas cosas mínimas claras, seas del partido que seas, la igualdad de oportunidades en educación, sanidad, laboral, los derechos fundamentales de todos acogidos en la constitución española, etcétera. Si no estamos ahí, ¡apaga y vámonos!
Estamos solos, la políticas sociales nos van abandonando a nuestra suerte, la educación se aleja de nuestros hijos, predominando la elaboración de mentes consumistas y sumisas al sistema que se implanta a nivel mundial; productores y consumidores. Los niños como consumidores y consumidos conforman una oportunidad excelente para el mercado. En el extremo de esta cuerda de la sociedad actual, el Anti-todo, aquel que se niega a pertenecer pero sin realmente una alternativa en mente medianamente elaborada. La negación de todo es fácil dado que no requiere de soluciones, únicamente tienes que negar lo existente. La sociedad se está polarizando sin términos medios. El tira y afloja de ambos polos nos hace estar estancados como sociedad, y esto es precisamente lo que quieren conseguir los poderes fácticos. Esto es un camino muy peligroso pues no existe equilibrio ni pensamiento crítico. Es por eso que la información que recibimos de Medios de Comunicación de todo tipo, es muy ambivalente y contradictoria. Dicha información responde a esa polaridad de pensamiento (a favor o en contra), que responde sólo a quien te paga. El yo, las personas individuales y la identidad cultural y social, está enmarañada y confusa, anda a rienda suelta en manos de los creadores de opiniones. Sentarse a pensar sobre un tema u otro, requiere tiempo y ganas, a veces, es un ejercicio muy desagradable pues uno tiene que respetarse a sí mismo en lo real y auténtico, para dejar de lado, al que uno ha creado en un mundo virtual. Decirse la verdad ante el espejo que refleja tu “yo” es doloroso, pero recomendable pasar por ahí.
“Los programas pensados para ayudar a las personas a entrar en contacto con su auténtico yo, motivado supuestamente por unos ideales emancipadores, suelen tener el efecto de presionarlas para que acaben pensando de tal forma que se confirme la ideología de los fundadores del programa. A consecuencia de ello, muchos de quienes empiezan pensando que su vida está vacía o falta de rumbo acaban, o bien perdidos en el modo de pensar de un programa determinado, o bien con la sensación de no ser suficientemente buenos no importando lo que hagan.” Charles Guignon en On being authentic.
El “yo” en relación con la comunidad que nos rodea. Es el complicado juego social de relacionarse con el otro en la misión de no perderse uno mismo. Apela a nuestro sentimiento más primario de gustarse y ser gustado, en consecuencia hace que no seamos del todo sinceros con el “otro” y comuniquemos un mensaje inexacto. Quizá esto sea también la consecuencia de que no estemos preparados emocionalmente para afrontar las críticas adversas. Hoy los niños crecen con todo el beneplácito de sus progenitores. Los niños van de compras con sus padres y eligen todo lo que supuestamente quieren, bien sea comida, ropa, tecnología, calzado etcétera. Esto se ve cada vez más en niños incluso que apenas levantan un palmo del suelo. En época de pandemia este problema se ha acrecentado, pues ¿cómo negar algo a tu hija o hijo que está prácticamente viviendo un infierno sin poder ver a sus amigos o tener sus actividades de forma natural, sin un antifaz que le tape la boca y la nariz durante todo el día? Nadie se está preguntando cuánta resiliencia tendrán los adultos del futuro. Y de tener poca, no estamos aplicados en proporcionar cualidades a estas personas para que puedan hacer frente a las adversidades que pudieran sobrevenirles.
Es muy difícil cuidar del “yo” y del otro en estos tiempos, nadie nos ha enseñado a transitar y resolver momentos de crisis emocionales, de encierros físicos y psíquicos. Somos reos en nuestras casas, podemos por primera vez en la historia reciente sentir lo que es estar encerrado cuando uno no quiere estarlo. La angustia nos invade, junto al miedo y a la incertidumbre, como parte y todo, de la sensación de inutilidad. Hay personas que lo llevan mejor que otras, ¿por qué? Quizá por que tengan una mayor capacidad intrínseca de sobrellevar los malos momentos, una mayor resiliencia emocional que han adquirido por las experiencias en el pasado de diversa índole. Otro factor es, aunque no es determinante, que han llevado mejor el confinamiento domiciliario las clases económicamente más pudientes. Aquí es donde los números importan. Número de personas que conviven en cuántos metros cuadrados, recursos de los que disponen para vivir en casa, materiales tecnológicos para la formación y/o el trabajo, zonas de ocio, jardín … etcétera. El cuidado del “yo” paradójicamente tiene mucho que ver con la comunidad, los vecinos, las plazas o espacios comunes, los amigos cercanos, la familia. Salimos de nuestra casa y oímos todo tipo de lenguas extranjeras o acentos diversos a nuestro alrededor, son gentes venidas de fuera de nuestras fronteras en busca de una vida mejor, no comparten nuestra memoria histórica, ni nuestra cultura. Las cuidades cada vez son más heterogéneas, pero no sabemos congeniar diferencias, valga aquí el oxímoron. No hay convivencia o poquísima, apenas marginal. Aquí es donde el “yo” y el “otro” conforman otra amenaza, lo que pudiera ser una esperanza. Otra asignatura pendiente de nuestros representantes, en el mundo. En un país como Dinamarca, en su capital, en los barrios donde hay más inmigrantes, dada su baja renta en los apartamentos, ahora existe una regulación que no permite que sean más de un 30% de “no daneses”, los que vivan en estos barrios. Ya no llaman a estos barrios guetos (que queda como feo) ahora son sociedades paralelas (eufemismo).
Como siempre nos acaba pillando el toro, y es por que nuestros representantes políticos no hacen sus deberes, preocupados por su imagen pública, las encuestas, las elecciones constantes últimamente, habría que preguntarse sobre esto también, pero, harina de otro costal. ¿Qué se está haciendo para futuras pandemias o lo que nos venga, con respecto al teletrabajo y materiales para familias en riesgo de perder el tren del cambio? ¿Qué se hace con el tema de los espacios sociales públicos? ¿Qué se ha hecho con el problema que supuso la falta de reservas sanitarias para los profesionales de la medicina? ¿Cuánto se está invirtiendo en España en investigación para que no tengamos que estar a la cola en Europa, y no digamos ya en el mundo, mendigando dosis de lo que sea? ¿Cuántos científicos más tiene que irse? Y se están yendo. ¿Cuántos? ¿Cuántas patentes tiene España en fármacos? Os ofrecemos una pequeña gráfica en tela de araña del último fresco reciente del Instituo Europeo de Patentes donde se puede apreciar que España no figura ni en los 5 primeros a ranking europeo, ya mundial ni te cuento.
En palabras de Erich Fromm; -“seguimos muy preocupados por el concepto de la felicidad, viene de muy antiguo”-. El concepto de la felicidad en la sociedad democrática y capitalista se mide con números económicos (tanto tienes tanto vales) cuánto más positivos sean éstos más felicidad se supone que posees. Luego las voces de las almas caritativas dicen que lo que uno en realidad le hace feliz cuesta poco dinero. Y deben de tener éstas razón. Los pequeños momentos que conformar nuestra experiencia y paso por la vida muchas veces son momentos emocionales, recuerdos de personas queridas, una tarde de conversación con un amigo, un paseo agradable, éstos los recordamos más que los momentos que fueron caros, sofisticados o lujosos, ¿por qué entonces la sociedad actual consume sin medida? Esta es la pregunta del millón. Nos hemos ido metiendo ahí poco a poco desde los albores del capitalismo democrático, y ahora salir nos parece casi imposible sin que se derrumben nuestras vidas. Por lo tanto, y concluyendo, el cultivo de uno mismo (el yo) es primordial para tener cierta paz interna y felicidad.
BGD…. En el diván.