Teatro

Viejos tiempos de Harold Pinter: la memoria como campo de batalla.

Del 13 de marzo al 13 de abril en La Abadía Teatro, la obra Viejos tiempos de Harold Pinter cobra nueva vida bajo la dirección de Beatriz Argüello. Protagonizada por Ernesto Alterio (Deeley), Marta Belenguer (Anna) y Mélida Molina(Kate), esta producción nos sumerge en un juego de recuerdos y silencios donde la verdad es siempre esquiva. Escrita en 1971, Viejos tiempos representa un punto de inflexión en la trayectoria del dramaturgo británico, alejándose del realismo inicial de sus textos para adentrarse en una narrativa más abstracta y poética. En esta versión, Argüello apuesta por un ambiente sobrio que resalta la ambigüedad característica de la obra, desafiando al espectador a descifrar qué es real y qué es solo una construcción de la memoria.

En las obras de Harold Pinter, el pasado es como una taberna bulliciosa, llena de humo y ruido que te rodea y te acosa. Se adhiere a los sentidos, es obsesivo y, al mismo tiempo, insoportablemente vago: “el pasado es una niebla”, dice un personaje en una de las obras de Pinter, Moonlight. El escenario, como una enloquecida máquina del tiempo, se convierte en un lugar profano habitado por sombras, una espectral “tierra de sombras” en la que se sumergen tanto los personajes como el público. La obra de la memoria de Pinter, Viejos tiempos, se desarrolla en un espacio contradictorio que desafía el realismo teatral, en los límites de la objetividad. En ella aparecen tres personajes, Deeley, Kate y Anna, necesariamente maduros, con algo más de 40 años, capaces de evocar aquellos “viejos tiempos” de su juventud consumida. Deeley y Kate son marido y mujer, y reciben la visita de Anna, una antigua amiga de Kate a la que no ha visto en veinte años.

Las escenas se suceden como en un juego de espejos donde los recuerdos se transforman en arma, en refugio o en ilusión. Con su característica estructura elíptica y diálogos que parecen inocentes pero encierran significados ocultos, Pinter nos sumerge en un territorio ambiguo donde la memoria y la identidad se entrelazan en una atmósfera tan inquietante como hipnótica. La puesta en escena dirigida por Beatriz Argüello mantiene esta esencia, aunque en algunos momentos se diluye la carga lingüística que define la obra del dramaturgo británico.

La obra  ha tenido varias representaciones en España a lo largo de los años. Una de las más destacadas fue en 2012, cuando se presentó en el Teatro Español de Madrid bajo la dirección de Ricardo Moya.  Desde entonces, no se han registrado montajes significativos de esta pieza en el país, lo que convierte a la actual producción en La Abadía en una oportunidad única para redescubrir este enigmático texto de Pinter.

Además de Viejos tiempos, otras obras de Harold Pinter han sido llevadas a escena en España. Por ejemplo, en 1996, las salas alternativas de Barcelona organizaron un memorable “Otoño Pinter”, dedicando una temporada a su dramaturgia.  Asimismo, en 1976, RTVE emitió una adaptación de El montaplatos, protagonizada por Julián Mateos y Estanis González.  Más recientemente, en 2022, se estrenó una versión de El cuidador en el Teatro Palacio Valdés de Avilés, destacando la vigencia y relevancia de la obra de Pinter en la escena teatral española.  La influencia de Pinter en el teatro contemporáneo es innegable, y su presencia en los escenarios españoles ha permitido al público acercarse a su particular universo, donde el lenguaje, el silencio y la memoria se entrelazan de manera magistral.

El triángulo interpretativo formado por Marta Belenguer (Anna), Mélida Molina (Kate) y Ernesto Alterio (Deeley) logra dar cuerpo a un texto que desafía la lógica convencional. Cada uno de ellos sostiene su personaje con matices que van de la complicidad a la confrontación, mostrando cómo los recuerdos no son simples evocaciones del pasado, sino piezas en constante reconfiguración que moldean el presente.

Marta Belenguer y Ernesto Alterio. Fotos de Lucía Romero (Teatro La Abadía)

Argüello apuesta por crear una atmósfera casi etérea, como sujeta de un hilo, centrándose en la tensión psicológica del texto. Como bien señala Pinter en su dramaturgia, lo importante no es solo lo que se dice, sino lo que se insinúa, lo que se oculta entre líneas. Sin embargo, en esta versión se percibe una cierta pérdida de la musicalidad del lenguaje pinteriano, que en el original está cargado de dobles significados, silencios elocuentes y pausas calculadas.

Ernesto Alterio destaca que “los recuerdos se mueven todo el tiempo, nunca son completos”. Esta idea se convierte en el eje de la obra, donde lo real y lo ficticio se confunden en una danza de evocaciones que deja al espectador con más preguntas que respuestas. Y ahí reside otra de las marcas de Pinter: sus finales abiertos, su negativa a ofrecer soluciones cerradas, dejando que el público se convierta en un participante activo que debe completar el significado de lo que ha presenciado.

Dentro de la vasta producción de Pinter, Viejos tiempos representa una transición hacia un teatro más abstracto y poético, en el que el lenguaje se vuelve aún más fragmentado y la narración se construye de manera no lineal, como los propios mecanismos de la memoria. En esta obra, los recuerdos no son reconstrucciones fidedignas del pasado, sino ficciones que los personajes manipulan para afirmarse o desestabilizarse mutuamente. Como en otros textos suyos, Pinter despoja a sus personajes de un contexto claro, y en su lugar, crea un escenario donde el tiempo y el espacio se disuelven en un juego de percepciones.

A pesar de la densidad conceptual de la obra, su ritmo no se estanca. La propia Marta Belenguer reconoce que Viejos tiempos es “un laberinto de la mente” en el que el humor, lejos de diluir la tensión, la refuerza. Esa risa inesperada que emerge en medio de la incertidumbre es también un sello característico del teatro de Pinter, quien conocía la psique humana muy bien. La risa como vehículo del escape a la tensión, como un motor que desprendiera mucho humo para cegar.

En definitiva, Viejos tiempos es una experiencia teatral que exige del público una mirada atenta y activa. Con una interpretación sólida y una dirección que entiende el universo pinteriano, este montaje logra transmitir la esencia de un autor que revolucionó la escritura dramática con su maestría en el juego del lenguaje, el silencio y la memoria. Sin embargo, en esta versión queda la sensación de que se podría haber profundizado más en la riqueza lingüística del original, un aspecto clave en el teatro de Pinter.

Con su atmósfera inquietante, su magistral uso del lenguaje y su capacidad para transformar la memoria en un campo de batalla, Viejos tiempos es una cita ineludible para los amantes del buen teatro. Esta nueva producción en La Abadía Teatro ofrece una oportunidad única para sumergirse en el universo de Harold Pinter y disfrutar de una interpretación que promete intensidad y matices. Para quienes buscan una obra que desafíe, intrigue y permanezca en la mente mucho después de bajar el telón, este montaje es una apuesta segura.

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