“Same person. No difference at all. Just a different sex.” Virginia Woolf.
La nueva producción del Centro Dramático Nacional, dirigida por Marta Pazos, convierte el escenario del Teatro María Guerrero en un espacio de transformación y deseo. Orlando es una experiencia sensorial que desborda el tiempo, el cuerpo y el género. A través de una puesta en escena audaz y poética, la obra nos invita a revisitar el clásico de Woolf desde una mirada contemporánea, fluida e intensamente visual.
Orlando: identidad líquida y tiempo roto sobre el escenario
Publicada en 1928, Orlando es una de las obras más singulares de Virginia Woolf, una autora clave del modernismo literario y del pensamiento feminista del siglo XX. Escrita como una “biografía imaginaria” inspirada en su amante, la escritora Vita Sackville-West, Orlando narra la vida de un joven noble que atraviesa más de tres siglos sin apenas envejecer, y que en determinado momento despierta transformado en mujer. Con esta historia fantástica y provocadora, Woolf rompió las normas de la narrativa biográfica, desdibujó los márgenes entre lo masculino y lo femenino y cuestionó la linealidad del tiempo.
Orlando no es solo una sátira de las convenciones literarias y sociales de su época, sino también un experimento formal sobre cómo la identidad se transforma con el tiempo, el lenguaje y el deseo. Hoy, casi cien años después, su vigencia resulta sorprendente: en una era donde las preguntas sobre el género, la autoficción, la identidad no binaria y la relación con el cuerpo son centrales, la figura de Orlando sigue dialogando con nuestras incertidumbres más actuales.
La tarea no es sencilla. Se trata de teatralizar una novela, sí. Pero no es una novela cualquiera. Es Orlando, de Virginia Woolf. Esta obra literaria que podríamos llamar única e inclasificable se escribió en 1928 y parece que fuera escrita ayer. El tema es más viejo que el tiempo: la belleza, el amor, el tiempo sui generis, ¿quiénes somos?, ¿qué es lo que nos define? ¿Es nuestro sexo? ¿Nuestra historia? ¿Nuestro carácter? ¿Nuestras circunstancias? Como parte de la naturaleza, los seres humanos también estamos sometidos a la tiranía del tiempo. A su paso, éste nos deja una huella irremediable. Pero a nuestro personaje de la obra que hablamos hoy, no. El tiempo solo le afecta en su longitud y su repetición, en su pasar circular, dejando tras de sí muchas cosas.
Una escenificación libre, plástica y filosófica
Marta Pazos, acompañada en la dramaturgia por Gabriel Calderón, se enfrenta a esta dificultad con audacia. Nos sumerge en un mundo onírico, algo loco, sugerente y atrevido, con los colores que ya caracterizan su obra, los grandes contrastes en su puesta en escena, siempre muy estimulante visualmente. Pero aquí el color que lo embarga todo es el verde. Lo visual, la palabra, el sonido. El escenario se envuelve en un entorno ensoñador, con piezas que recuerdan al de un ajedrez: los peones, las torres, los alfiles y, cómo no, la reina.
Una reina que nos habla precisamente del paso del tiempo y su huella hostil: la vejez, la decadencia, el cansancio, la certitud de la propia extinción. La muerte. La reina ve en el joven Orlando la belleza, la esperanza, la continuación de alguna forma de ella misma, el amor.
La palabra que imagina y la imagen que sugiere
La obra tiene texto adaptado de la novela, pero ante todo es visual. Es un camino de imágenes sugerentes que se acompañan con música y texto, dándole un toque poético y experimental. Sin duda, quizá no es para todos los gustos. Es un teatro nuevo, transgresor, que no entra en los convencionalismos de lo que debe ser una obra que explique el argumento. El hilo conductor es la palabra y la imagen, o mejor dicho, la imagen que sugiere la palabra.
Como afirma Calderón: «La invitación de Marta Pazos para trabajar y proponer una posible versión del Orlando de Virginia Woolf supuso un salto acrobático con distintas dificultades. Por un lado, el desafío gigante de expresar en el teatro lo que ha sido narrado con maestría en la literatura. Por otro lado, dar cuerpo y voz a las palabras destinadas a la lectura. Y finalmente sumergirnos en los espinados campos contemporáneos de las discusiones sobre la identidad. Difícil, imposible, peligroso. Todo lo que merece la pena ser intentado».
Hay un momento en el cual tienes que escoger qué hacer y, desde luego, han optado por resaltar el tema del tiempo y la cuestión del género, tan novedosos en la obra de la gran Virginia Woolf y hoy tan de plena actualidad. Lo que es bastante curioso, dado que en la misma obra se habla de ese rotar recurrente de los acontecimientos de la historia, de la vida. “Parece que vamos dando círculos”, dice Orlando a uno de los personajes, quien asiente: efectivamente, hacia la izquierda, hacia la derecha, y a veces hacia arriba y hacia abajo.
Una identidad que desafía las etiquetas
Cuando Virginia Woolf publicó Orlando, el solo hecho de imaginar un personaje que cambiara de sexo a mitad de su vida, sin trauma ni justificación racional, era un acto profundamente subversivo. En una sociedad aún marcada por rígidas normas binarias y represión sexual, Woolf escribió una novela que se resiste a ser clasificada: entre el ensayo y la ficción, entre lo masculino y lo femenino, entre el tiempo histórico y el tiempo interno.
Orlando no solo cambia de género: atraviesa más de tres siglos y observa cómo la historia cambia de traje, pero repite obsesiones. Es ese cruce entre lo íntimo y lo histórico lo que hace tan poderosa la obra: el deseo de belleza, la incomodidad del cuerpo, la búsqueda de sentido, la herida del paso del tiempo… todo vuelve, pero bajo nuevas máscaras. Hoy, cuando el debate sobre la identidad, el género fluido y las corporalidades no normativas es urgente, Orlando resuena con una actualidad asombrosa, como si Virginia Woolf hubiese intuido el lenguaje de un futuro que ya es presente.

El elenco y los lenguajes del cuerpo
El reparto está compuesto por Laia Manzanares, que interpreta al personaje protagonista. Nao Albet encarna al héroe masculino Shermeldine. Abril Zamora da vida a la biógrafa, personificando a la propia Woolf. Completan el elenco Anna Climent, Alessandra García, Jorge Kent, Paula Losada, Paco Ochoa, Mabel Olea, José Juan Rodríguez y Alberto Velasco. Todos ellos se enfrentan a un duelo poderoso en el escenario: movimiento, palabra, pasión, tiempo, cuerpo…
La puesta en escena presenta la reconocida dimensión plástica y emancipación estética de Marta Pazos. La iluminación de Nuno Meira potencia la experiencia sensorial del espacio escénico y del vestuario (diseñado por Agustín Petronio), que combina épocas históricas con modernidad. La música y el espacio sonoro llevan la firma de Hugo Torres; la coreografía corre a cargo de Mabel Olea; y la caracterización, de Johny Dean.
Una experiencia más que una narración
Para aquellos que quieran que les agiten un poco en su experiencia artística, esta obra es recomendable. Para quienes esperan ver introducción/argumento/desenlace, quizá no. Porque si leer un libro, ver una obra artística en un museo o en un teatro no te agita un poco, ¿qué sentido tiene el arte? Si pasa por tu sistema y te deja igual que estabas, ¿para qué sirve?
Si no nos cuestionamos los límites de la verdad y la mentira, la realidad y la ficción, el hombre o / y la mujer, el sueño o la vigilia… Si no ponemos todo eso en cuestión, en análisis… entonces: ¿para qué sirve todo eso?
Marta Pazos revisa todo eso desde la filosofía junto a la dimensión plástica, creando un vehículo de transmisión de mensaje. No creo que proponga entender sino más bien sentir a través de esa experiencia y de las palabras geniales de Woolf.
Orlando no es una obra que se represente: es una obra que se atraviesa. Como el propio personaje, el montaje cambia de forma, de piel, de sentido. Y ahí está su fuerza: en su inestabilidad, en su renuncia al relato cerrado. Marta Pazos y su equipo no buscan responder a las grandes preguntas de Woolf, sino lanzarlas de nuevo al aire, sin anestesia. Porque a veces, como espectadores, lo más valiente que podemos hacer es dejarnos transformar por la duda.
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