Cuando una familia se enfrenta al duelo por la muerte de su matriarca, se encuentra también en un momento de inflexión: el lazo que los unía puede fortalecerse o, quizás, romperse para siempre. En Los nuestros, Lucía Carballal nos sumerge en esta encrucijada emocional a través de una familia sefardí que, tras vivir en Tánger, se asentó en Madrid, en un nuevo exilio que, como todos los anteriores, arrastró consigo la carga del desarraigo y la memoria.
El punto de partida es el Avelut, el duelo judío que reúne a los parientes más cercanos durante siete días. Reina (Mona Martínez), la hija mayor de la fallecida Dinorah, convoca a toda la familia para honrar a la madre y afrontar, de paso, las tensiones soterradas que han marcado sus relaciones. A su lado están su hijo Pablo (Miki Esparbé) y su pareja Marina (Ana Polvorosa); su hermana Esther (Manuela Paso) con su nuevo novio Mauro (Gon Ramos) y sus hijos; y Tamar (Marina Fantini), una prima cuya presencia introduce una variable inesperada en el delicado equilibrio familiar.
La obra oscila con maestría entre el drama y la comedia, reflejando con precisión la dinámica de cualquier familia: las conversaciones triviales se convierten en discusiones feroces, las heridas antiguas resurgen y, entre la nostalgia y la ironía, se abre una pregunta fundamental: ¿qué significa pertenecer? En una época marcada por el individualismo, Los nuestros reivindica la familia no solo como un lazo de sangre, sino como un refugio y un motor de apoyo incondicional. La obra subraya cómo el respaldo del grupo es una fuente de fortaleza, como queda patente en la escena en la que Esther insiste en que todos acompañen a sus hijos a la competición de danza latina, no por obligación, sino porque ese aliento colectivo es lo que verdaderamente da sentido a la familia. Entre conflictos y reconciliaciones, Carballal nos recuerda que la identidad se construye tanto en el debate como en el abrazo.
Sefarad, Tánger, Madrid: el exilio como identidad
La historia de esta familia no se entiende sin el contexto histórico de los judíos sefardíes. Expulsados de España en 1492, muchos encontraron refugio en el norte de África, especialmente en Tánger, una ciudad que, hasta mediados del siglo XX, era un crisol de culturas y nacionalidades. Allí, los sefardíes pudieron mantener su idioma, el judeoespañol, y sus tradiciones sin renunciar a la convivencia con otras comunidades. Sin embargo, la independencia de Marruecos en 1956 y los cambios políticos del siglo XX transformaron radicalmente el panorama, obligando a muchas familias a emigrar de nuevo, esta vez a España, Francia o América Latina.
Carballal toma esta historia colectiva y la traduce en un conflicto íntimo: el peso del pasado y el miedo al futuro, la transmisión del legado y el derecho a reinventarse. Reina, el personaje de Mona Martínez, lucha por preservar la herencia cultural de su familia, mientras que su hijo Pablo necesita desprenderse de ella para construir su propio camino. Contrasta con la laicidad que ha gobernado su vida y con la que ha educado a su hijo. Ahora Reina ve con los años que quizá amarrarse a esa tradición es lo único que la acerca a su historia y a sus recuerdos. Esther, la tía de Pablo, es la otra cara de la moneda: ve la distancia con la tradición como una liberación. Ella guarda rencor del trato recibido por Dinorah siempre mostrándose algo cruel con su hija menor.
Un texto inteligente y una puesta en escena simbólica
El texto de Carballal es de una precisión quirúrgica. Su cadencia emocional nos arrastra sin esfuerzo de la risa al llanto, abordando cuestiones como la familia, la identidad, la religión y la memoria con una lucidez poco común. Como Aristóteles apuntaba, la primera asociación política es la familia, con sus jerarquías y sus disputas internas. Aquí, la política no es solo la de los Estados, sino la de los vínculos afectivos que nos definen.

La escenografía de Pablo Chaves Maza refuerza estos contrastes: un tótem compuesto por objetos cotidianos —alfombras, lámparas, sillas— evoca la memoria de un hogar disperso, mientras que el suelo blanco geométrico simboliza el vacío del futuro incierto. Es un espacio que sugiere tanto la permanencia del pasado como la fragilidad de lo que está por venir.
Un elenco en perfecta sintonía
El reparto funciona como un organismo vivo, con un ritmo preciso y un altísimo nivel interpretativo. Mona Martínez domina la escena con una presencia arrolladora: su Reina es irónica y mordaz, pero en el fondo alberga un deseo desesperado de amor y cohesión familiar. Miki Esparbé dota a Pablo de una vulnerabilidad conmovedora, mientras que Manuela Paso aporta un contrapunto perfecto con su pragmatismo desafiante. Ana Polvorosa, Gon Ramos y Marina Fantini completan el elenco con interpretaciones sólidas y matizadas.
Conclusión: memoria, identidad y pertenencia
Los nuestros no solo habla de una familia sefardí, sino de cualquier familia que se enfrenta al dilema de la herencia y la identidad. Es un retrato de los lazos que nos atan y de los caminos que nos llevan más allá de ellos. Con un texto brillante y un montaje lleno de significados, Carballal firma una de sus obras más redondas: una pieza que, como la memoria, se mueve entre la luz y la sombra, entre la certeza de lo que fuimos y la incertidumbre de lo que seremos.
📍 Teatro Valle-Inclán, Madrid 📅 Del 21 de Febrero al 6 de Abril de 2025 🎭 Escrita y dirigida por Lucía Carballal
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