Entre el 22 de enero y el 18 de febrero, el Teatro Real presenta una producción que ha cosechado éxito en los escenarios de Oslo y Barcelona: Eugenio Oneguin, ópera de Piotr Ilich Chaikovski basada en la novela en verso de Alexandr Pushkin. Esta obra maestra del repertorio ruso llega al público madrileño bajo la dirección musical de Gustavo Gimeno y la puesta en escena conceptual de Christof Loy, revelando la profundidad emocional de sus personajes en un marco visual depurado y simbólico.
Eugenio Oneguin, la obra en verso de Alexandr Pushkin, marcó un antes y un después en la literatura rusa cuando comenzó a publicarse por entregas entre 1825 y 1832. Conocida como “la enciclopedia de la vida rusa”, este poema narrativo no solo presenta una historia cautivadora de amor, amistad y desencanto, sino que también retrata con agudeza la sociedad de su época. Pushkin, considerado el padre de la literatura rusa moderna, utiliza el verso para alcanzar una elegancia y musicalidad únicas, fusionando elementos románticos y realistas en un equilibrio que influyó profundamente en autores posteriores como Tolstói, Dostoievski y Turguénev. La universalidad de sus temas —el choque entre el individuo y la sociedad, la fugacidad del tiempo y las decisiones irrevocables— resonó más allá de las fronteras rusas, y sigue haciéndolo, especialmente cuando se encuentra con la música de un maestro como Chaikovski.
El duelo de opuestos: Oneguin y Lenski
La historia de Eugenio Oneguin pivota sobre dos personajes antitéticos, cuyas características marcan el curso trágico de la trama. Eugenio Oneguin, interpretado por el barítono Iurii Samoilov, encarna al héroe romántico por excelencia: un joven seductor, sarcástico y hedonista, ajeno a las consecuencias de sus actos. Samoilov ha declarado sentirse profundamente vinculado a su personaje, lo que se traduce en una interpretación cargada de matices que combinan el desdén con la melancolía.
En contraste, el tenor Bogdan Volkov da vida a Lenski, un poeta idealista y sensible, cuya coherencia emocional y lealtad lo sitúan en las antípodas de Oneguin. La interpretación de Volkov resalta la fragilidad del personaje, especialmente en el aria Kuda, kuda vy udalilis(“¿Adónde fuisteis, días dorados?”), un momento de sublime introspección antes del duelo que marcará su destino.
La relación entre estos dos amigos, tan opuestos en sus valores, es el núcleo dramático de la obra. La frivolidad de Oneguin, al coquetear con Olga, la prometida de Lenski, desencadena un conflicto irremediable. El duelo que culmina con la muerte del poeta no es solo un enfrentamiento entre amigos, sino un choque entre dos visiones del mundo: la ligereza superficial frente a la profundidad emocional.

Tatiana, Olga y el reflejo del desencanto
El personaje de Tatiana, interpretado por la soprano Kristina Mkhitaryan, aporta el contrapunto femenino a este drama masculino. La joven, culta y soñadora, atraviesa una transformación que Chaikovski traduce en música con una sensibilidad única. Su célebre escena de la carta es uno de los momentos cumbre de la ópera, donde la vulnerabilidad y el arrojo de la protagonista quedan expuestos. A solas sueña despierta por sentir el amor apasionado que la haga vibrar de emoción. Sumida en sus libros intenta en ellos buscar algo que le falta en vida real, la pasión. Años después, cuando Oneguin intenta recuperar lo que perdió, Tatiana emerge como una mujer madura y decidida, fiel a su nuevo rol como esposa del príncipe Gremin.
Olga, la hermana menor de Tatiana, interpretada por la mezzosoprano Victoria Karkacheva, representa la ligereza juvenil y contrasta con la intensidad emocional de los demás personajes. Su coqueteo inocente con Oneguin desencadena los celos de Lenski, revelando las fisuras de las relaciones humanas en un mundo regido por normas sociales implacables. Olga flirtea despreocupada, ajena por lo que pudieran ser la consecuencias, viendo en su juego pueril nada malo, la inocencia de Olga romperá de repente al darse cuenta del daño causado en Lenski y el final fatal.

La música como espejo del alma
La batuta de Gustavo Gimeno, próximo director musical del Teatro Real, imprime a esta ópera una intensidad lírica que dialoga con la psicología de los personajes. Gimeno, quien ya triunfó con El ángel de fuego de Prokófiev, demuestra nuevamente su afinidad con el repertorio ruso. La orquesta titular del Teatro Real se despliega con maestría en una partitura que alterna entre la simplicidad melódica de las escenas rurales y la riqueza armónica de los salones urbanos.
Chaikovski utiliza la música como un espejo que amplifica las emociones. Las danzas como la mazurca y el vals enmarcan los momentos de socialización, mientras que las arias y duetos permiten explorar la introspección de los personajes. El contraste entre el mundo del campo y la ciudad se refleja no solo en la música, sino también en la puesta en escena.

Una puesta en escena minimalista y simbólica
Christof Loy, en su séptima colaboración con el Teatro Real, presenta una escenografía que combina el blanco y negro con líneas geométricas, creando un espacio atemporal que resalta los conflictos internos de los personajes. En la primera parte, un decorado cinematográfico evoca la soledad buscada; en la segunda, un muro blanco clausura el espacio, simbolizando la soledad impuesta. Loy no solo busca el realismo, sino también una atmósfera inquietante que subraya la alienación y el desencanto de los protagonistas.
Un legado en escena
Con esta producción, el Teatro Real asume un nuevo hito en su historia: la primera versión propia de Eugenio Oneguin, una obra que hasta ahora había sido presentada con compañías invitadas. Este logro consolida el compromiso del coliseo madrileño con la ópera rusa y celebra la riqueza de la literatura y música de aquel país, en esta ocasión con Pushkin y Chaikovski como estandartes.
En definitiva, Eugenio Oneguin es mucho más que un drama romántico; es un retrato de la condición humana, donde la música de Chaikovski y la poesía de Pushkin convergen para explorar los misterios del amor, la amistad, la culpa y el paso del tiempo. Una ópera imprescindible que, bajo la dirección de Gustavo Gimeno y la visión de Christof Loy, promete emocionar y conmover al público madrileño.
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