Teatro

El entusiasmo, o la vida mirándose al espejo en el Teatro María Guerrero

Los antiguos griegos entendían el teatro como un espejo y como una forma de catarsis: un espacio colectivo donde reconocerse, emocionarse y, quizá, aliviar algo de lo que pesa. Ir al teatro sigue siendo hoy eso mismo: sentarse frente a una historia que sucede en vivo y que, sin pedir permiso, nos habla directamente a nosotros. En El entusiasmo, Pablo Remón lo hace casi de manera literal, con un texto profundamente evocador que convierte la escena en un lugar de reconocimiento íntimo.

La obra se centra en la vida de cuatro personas que, en realidad, podrían ser dos. O quizá una sola. Hay en El entusiasmouna suerte de desdoblamiento constante: los personajes se miran a sí mismos en distintos tiempos —pasado, presente y futuro— como si la vida fuera un espejo que devuelve imágenes ligeramente deformadas, pero reconocibles. El instituto, los amigos, los primeros amores, los deseos y los sueños aparecen como un punto de partida que, con el paso del tiempo, se va llenando de capas: trabajo, familia, frustraciones, decisiones irrevocables, realidad.

Esa realidad que a veces golpea de pronto y te sitúa exactamente donde estás. Aquello que deseabas se ha ido alejando poco a poco hasta convertirse en un borrón, en una sombra casi inapreciable en el horizonte, que además se ha estrechado.

El entusiasmo es vida. O mejor: es el significado mismo de la palabra vida. Estar y vivir sin ser meros espectadores. El entusiasmo es el amor, sentir que uno tiene sangre en las venas y que el alma vibra, aunque sea un poco. Y también es algo que muchas veces solo reconocemos cuando lo hemos perdido, cuando empezamos a echarlo de menos.

Estos personajes se observan y observan su pasado, a sus padres, como si todo formara parte de un círculo que se repite una y otra vez. Pablo Remón construye un texto que no juzga, pero sí interpela. Que no da respuestas, pero coloca preguntas incómodas en lugares muy concretos. Es como si quisiera empujarnos suavemente fuera de los postureos del presente siglo para mirarnos de verdad, sin filtros.

Los cuatro actores —Natalia Hernández, Marina Salas, Raúl Prieto y Francesco Carril— sostienen la función con una compenetración admirable durante las más de dos horas que dura la obra. El ritmo es en ocasiones trepidante y lleva al espectador de la mano por un texto exigente, con pocos silencios y mucha densidad emocional. Habla de ti, de mí, de la persona sentada en la butaca de al lado. Apela a esos deseos que quizá hemos dejado de lado por razones seguramente importantes, pero no por ello menos dolorosas.

La puesta en escena, firmada por Mónica Boromello, es sobria y muy eficaz. Se necesita poco para llevarnos a los lugares necesarios, sin parafernalia innecesaria, dejando que la palabra y el trabajo actoral ocupen el centro. Es, además, un placer escuchar a intérpretes que vocalizan con tanta claridad un texto largo y complejo, algo cada vez menos habitual y aquí especialmente valioso.

Y hay un elemento fundamental que atraviesa toda la obra: el humor. Un humor afilado, inteligente, brutal por momentos. El público no deja de reírse, aun sabiendo que lo que se está contando duele porque es cierto. “Sí, esto me pasa a mí”, piensa uno. Mis sueños rotos, mis planes al traste, mis certezas tambaleándose. Pero la ironía está ahí no para fustigarnos, sino para permitirnos mirarnos con cierta piedad.

El entusiasmo es una obra necesaria para tomar perspectiva y retirarse un poco hacia uno mismo. El teatro es un medio estupendo para eso, y aquí ocurre. Se aborda un tema universal —lo humano— con toda su complejidad y sus paradojas. La función continúa fuera del teatro, al salir, en la conversación con quien te acompaña: “oye, pues esto me pasa a mí”, “esto describe exactamente cómo me siento a veces con la maternidad, con el trabajo, con la vida que no digo en voz alta”.

Está en cartel hasta el 28 de diciembre, y no se me ocurre una mejor manera de despedir este 2025 que ir a ver El entusiasmo y hacer una pequeña capitulación con aquello que nos agobia, pero desde el humor. Siempre desde el humor.

El entusiasmo
Centro Dramático Nacional · Teatro María Guerrero
Texto y Dirección: Pablo Remón 
De martes a domingo a las 20:00 Duración 2 h y 5 min aprox.
En cartel hasta el 28 de diciembre de 2025

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