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Europa apuesta por la defensa mientras su liderazgo global sigue sin rumbo.

El 19 de marzo, la Unión Europea presentó el plan REARM Europe, una medida que permitirá a los Estados miembros utilizar de forma voluntaria los fondos de cohesión para financiar su industria militar. La Comisión Europea ha señalado que esta inversión debe alinearse con los objetivos de la política de cohesión, como la generación de empleo y el crecimiento económico. Sin embargo, el debate en torno a esta decisión no solo plantea interrogantes sobre la seguridad europea, sino también sobre las prioridades estratégicas de la UE en un mundo en constante transformación.

Algunos países han acogido con entusiasmo la iniciativa. Polonia, por ejemplo, ha pactado con Bruselas la creación de un Fondo de Seguridad y Defensa dentro del marco de los fondos Next Generation, con más de 7.000 millones de euros destinados a la industria militar. Mientras tanto, otros países, como Italia y Portugal, han rechazado esta posibilidad, argumentando que los fondos de cohesión deberían reservarse exclusivamente para reducir las desigualdades económicas dentro de la Unión.

En España, el Gobierno no ha definido aún si recurrirá a estos fondos para reforzar su gasto en defensa. No obstante, según El País, el Ejecutivo planea aumentar el presupuesto del Ministerio de Defensa en 3.500 millones de euros mediante una reestructuración de los Presupuestos Generales del Estado, con el objetivo de alcanzar el 2% del PIB en defensa para 2029, siguiendo el compromiso adquirido con la OTAN.

Este viraje en la política de defensa europea refleja la creciente preocupación por un escenario internacional cada vez más incierto. Desde 2017, la UE ha impulsado diversas iniciativas para fortalecer su industria militar, como el Fondo Europeo de Defensa (EDF sus siglas en ingles), dotado con casi 8.000 millones de euros hasta 2027, o la Ley de Apoyo a la Producción de Municiones (ASAP sus siglas en ingles), diseñada para aumentar la capacidad armamentística del continente. Más recientemente, la Comisión Europea ha propuesto el Programa Europeo de la Industria de Defensa (EDIP sus siglas en inglés), aún en trámite en el Parlamento Europeo. Sin embargo, esta estrategia plantea una cuestión fundamental: ¿por qué la UE está dispuesta a destinar miles de millones de euros al sector militar, mientras su liderazgo en otros ámbitos estratégicos sigue debilitándose?

Una Europa rezagada en innovación y sin una estrategia común

Europa se encuentra en una encrucijada. Mientras que Estados Unidos y China han apostado durante años por el liderazgo en inteligencia artificial, semiconductores y nuevas tecnologías, la UE ha quedado relegada a un segundo plano. La dependencia tecnológica europea no es nueva, pero el contexto actual la hace aún más evidente: el continente importa microchips de Taiwán, depende de China para el desarrollo de baterías y vehículos eléctricos y sigue sin consolidar un ecosistema propio de innovación capaz de competir con Silicon Valley o Shenzhen.

Paradójicamente, mientras se inyectan recursos en el sector armamentístico, las universidades europeas y los centros de investigación han sufrido recortes y falta de financiación. La fuga de cerebros es un problema real: miles de jóvenes investigadores abandonan Europa en busca de mejores oportunidades en EE.UU. o Asia, donde el sector privado y los gobiernos destinan recursos significativos a la investigación y el desarrollo. De hecho, según datos de la UNESCO, Europa invierte menos en I+D que Estados Unidos y China, y el número de patentes registradas en la UE sigue a la baja.

Si la UE quiere consolidar su autonomía y no convertirse en un mero espectador de la competencia entre Washington y Pekín, debería reconsiderar sus prioridades estratégicas. Invertir en defensa puede ser una respuesta a las tensiones geopolíticas, pero sin una base tecnológica sólida, Europa seguirá dependiendo de terceros para garantizar su seguridad y su crecimiento económico.

La política exterior de la UE: entre la ambigüedad y la falta de iniciativa

Otro punto clave en este debate es el papel de la UE en la escena internacional. Durante décadas, Europa ha mantenido una postura alineada con Estados Unidos en la mayoría de los asuntos globales. Sin embargo, la creciente imprevisibilidad de Washington, especialmente tras la administración Trump y su regreso en 2024, ha dejado claro que la UE no puede seguir dependiendo ciegamente de su aliado transatlántico.

Mientras tanto, China ha demostrado una notable capacidad de mediación en conflictos internacionales y ha apostado por la estabilidad global a través de iniciativas como la Franja y la Ruta. A pesar de las diferencias ideológicas, China se ha consolidado como un actor pragmático, abierto al diálogo con diversos países, incluidos aquellos con los que mantiene desacuerdos estratégicos. De hecho, mientras la UE sigue adoptando posturas rígidas en su política exterior, Estados Unidos no ha dudado en establecer canales de comunicación tanto con Pekín como con Moscú.

Europa, en cambio, parece atrapada en sus propios principios, sin una estrategia clara que le permita defender sus intereses en el nuevo orden mundial. La supranacionalidad de la UE, que debería ser una fortaleza, se convierte en un obstáculo cuando cada país antepone sus prioridades nacionales. Esto se ha visto en el debate sobre el rearme, donde Francia ha tomado la iniciativa como principal potencia militar del bloque, sin que exista una verdadera política común.

En este contexto, España podría jugar un papel clave en la redefinición de las relaciones de la UE con China. A diferencia de otros países europeos, España ha mantenido históricamente una relación fluida con Pekín (cincuenta años de relaciones bilaterales) y podría aprovechar esta posición para impulsar un enfoque más equilibrado en la política exterior comunitaria.

¿Hacia dónde debe mirar Europa?

El debate sobre el uso de los fondos de cohesión para la defensa es solo una muestra de la falta de dirección estratégica de la UE. En lugar de limitarse a reaccionar ante los acontecimientos globales, Europa debería adelantarse a los cambios y definir una política exterior propia, que combine la seguridad con el desarrollo tecnológico y la autonomía económica.

Si la UE realmente quiere ser un actor global relevante, necesita un enfoque más pragmático, que no dependa exclusivamente de Estados Unidos y que le permita establecer alianzas estratégicas con otras potencias, incluidas China y los países emergentes. También debe priorizar la inversión en educación e innovación, fortaleciendo sus universidades y evitando que el talento europeo termine enriqueciendo a otras economías.

La apuesta por la defensa puede responder a una necesidad inmediata, pero si Europa no invierte en su propio futuro, seguirá siendo un jugador secundario en el tablero global.

Si quieres profundizar en los temas tratados, puedes consultar fuentes como la Comisión EuropeaEl País y Maldita.es para el plan REARM Europe. Sobre el impacto de la inversión en tecnología y la fuga de talento en Europa, hemos revisado análisis de Carnegie EuropeChatham House y estudios sobre innovación y competitividad de la UE. Financial Times, Modern Diplomacy, Parlamento Europeo. Estas referencias pueden ayudarte a comprender mejor el complejo panorama geopolítico y económico en el que se mueve Europa hoy. Otras fuentes que hemos consultado: cnfocus.com, Asociación de control de Armas, Reuters.

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