Asia

Xi y Trump: la tregua que compra tiempo, no acuerdos

El reencuentro entre Xi Jinping y Donald Trump en Busan, Corea del Sur, ha marcado el primer cara a cara entre ambos líderes desde que el presidente estadounidense iniciara su segundo mandato en enero de 2025. Tras tres conversaciones telefónicas y varios intercambios epistolares, la reunión llegó envuelta en un tono de cortesía y pragmatismo: la voluntad declarada de avanzar “de manera constante” en las relaciones bilaterales y sentar bases para la estabilidad global. Sin embargo, más allá del lenguaje diplomático y las imágenes cuidadosamente calibradas, el encuentro deja una sensación ambivalente: entre el gesto y la estrategia, entre la necesidad de entendimiento y la prudente administración del desacuerdo.

La diplomacia del equilibrio

Xi Jinping subrayó que China y Estados Unidos “deben ser socios y amigos”, en sintonía con las “lecciones de la historia”. Donald Trump, por su parte, elogió a su homólogo como un líder “distinguido y respetado”, insistiendo en su relación personal y en la posibilidad de “una colaboración a largo plazo”. Ambos compartieron el mensaje de que las fricciones —en comercio, tecnología o seguridad— son naturales, pero gestionables si existe liderazgo responsable. La retórica fue conciliadora, pero también consciente de la fragilidad estructural del vínculo: una forma de diplomacia del equilibrio, donde las palabras sustituyen, temporalmente, a las concesiones.

Un encuentro, tres miradas

La reunión de Busan fue presentada por ambas potencias como un éxito, aunque cada una desde su propio guion. Para Washington, el encuentro ofreció una imagen de eficacia y liderazgo: Trump lo calificó de “increíble”, asegurando haber alcanzado logros “de doce sobre diez”, en referencia a los acuerdos comerciales y a la reducción arancelaria parcial. Pekín, en cambio, subrayó la dimensión histórica y la idea de una “prosperidad compartida”, insistiendo en la estabilidad y en el respeto mutuo como pilares de una relación responsable entre grandes potencias.

Mientras EE. UU. tradujo el diálogo en términos de rendimiento político inmediato, China lo proyectó como parte de un proceso más largo, donde cada paso forma parte de una estrategia de estabilidad sostenida. Desde el análisis internacional, sin embargo, se observa el encuentro con cierta distancia: se interpreta más como una tregua táctica que como un avance estructural. Los temas más delicados —Taiwán, la competencia tecnológica o la seguridad global— quedaron fuera de la agenda, y los resultados concretos se limitaron a medidas puntuales, más simbólicas que transformadoras. En conjunto, el encuentro sirvió para rebajar tensiones, pero no para redefinir el equilibrio de poder.

La retórica y lo no dicho

Más revelador que los acuerdos es lo que no se mencionó. No hubo referencias explícitas a Taiwán ni a las tensiones en el mar de China Meridional. Tampoco se abordaron las disputas sobre la inteligencia artificial, el control de semiconductores o la relación de Pekín con Moscú, tampoco se habló de las guerras. El guion del encuentro parece haber sido pactado con precisión: mostrar cooperación sin comprometer posiciones. China buscaba consolidar una imagen de estabilidad y previsibilidad, vital para atraer inversión extranjera en un contexto económico complejo. Trump, por su parte, necesitaba proyectar liderazgo global y capacidad de diálogo sin ceder a lo que considera “desventajas estructurales” frente al gigante asiático.

El tiempo como recurso estratégico

Busan ha dejado al descubierto dos modos distintos de entender el poder. China adopta una estrategia de largo recorrido: ganar tiempo y administrar sus movimientos sin precipitación. Su prioridad no es acelerar negociaciones que podrían forzar concesiones, sino mantener el pulso y reforzar sus capacidades internas, sobre todo en sectores tecnológicos y energéticos. Además, Pekín sostiene que la injerencia en cuestiones regionales que afectan a su soberanía —como el mar de China Meridional o Taiwán— no resulta aceptable, del mismo modo que evita pronunciarse sobre asuntos domésticos de otras regiones.

EE. UU., por su parte, parece jugar con un margen más corto. Los aranceles siguen siendo su principal herramienta de presión, pero son también un arma de doble filo: generan tensión internacional y repercuten en su propia economía. Frente a ello, China dispone de algo que Washington no puede fabricar de inmediato: tiempo, disciplina institucional y capacidad productiva para resistir.

La diferencia se refleja también en el estilo político. Trump opera en la lógica del impacto mediático constante, donde cada gesto es titular y cada acuerdo, un mensaje para la opinión pública interna. Xi, en cambio, se mueve en una agenda de baja exposición, más orientada a los resultados discretos que al protagonismo inmediato. En esa asimetría comunicativa radica buena parte del equilibrio actual: la visibilidad es la fuerza de Trump, pero también su vulnerabilidad a largo plazo.


El valor del encuentro

En un escenario internacional marcado por la desconfianza y la competencia, la reunión entre Xi Jinping y Donald Trump en Busan representa, sobre todo, un gesto de responsabilidad política. No hubo acuerdos de fondo ni cambios de rumbo, pero sí el reconocimiento mutuo de que las grandes potencias necesitan hablarse, aunque discrepen.

Los gestos y declaraciones pueden parecer calculados, especialmente del lado estadounidense, donde la visibilidad mediática forma parte del propio ejercicio del poder. Sin embargo, incluso esos movimientos simbólicos tienen una función: rebajar tensiones, mantener abiertas las vías de comunicación y proyectar, al menos por momentos, una imagen de cooperación posible.

En tiempos donde la rivalidad tiende a sustituir al diálogo, el hecho de que los líderes se sienten frente a frente y expongan sus diferencias sin recurrir a la hostilidad pública es, en sí mismo, un avance. Busan no fue una tregua ni una victoria para nadie, sino un recordatorio de que el contacto directo sigue siendo la herramienta más elemental —y a veces la más olvidada— de la diplomacia.

Beatriz Dueñas

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