Naciones Unidas atraviesa un momento decisivo. Los drásticos recortes de financiación impulsados por Washington han obligado a la organización a contemplar un ajuste de plantilla del 20% en su secretaría, que cuenta con más de 33.000 empleados. En este escenario de incertidumbre, China —convertida ya en el segundo mayor contribuyente al presupuesto ordinario— ha comenzado a mover ficha.
Según diplomáticos en Nueva York, Pekín ha intensificado la presión para incrementar la presencia de ciudadanos chinos en la estructura de la ONU, mientras sugiere que la reducción de personal recaiga principalmente sobre trabajadores estadounidenses. El debate ha generado inquietud en Washington. La senadora Jeanne Shaheen advierte que los recortes promovidos por Donald Trump abren la puerta a que “China llene el vacío político”. En la misma línea, el nuevo embajador designado por Trump, Mike Waltz, asegura que colaborará con el secretario de Estado Marco Rubio para “desafiar la influencia de China” en el organismo.
Una historia de equilibrios cambiantes
China no siempre tuvo este peso en el escenario multilateral. Hasta 1971, la representación en Naciones Unidas estuvo en manos de Taiwán, y fue entonces cuando la Asamblea General otorgó el asiento a la República Popular China. Desde entonces, Pekín ha transitado de una posición casi marginal —con menos del 1% de las contribuciones en los años noventa— a convertirse en uno de los pilares financieros del sistema. Hoy aporta más del 20% del presupuesto ordinario, cifra que lo sitúa únicamente por detrás de Estados Unidos.
Durante décadas, Washington fue el motor económico y político de la ONU, capaz de influir en nombramientos estratégicos y de orientar las agendas de trabajo. Sin embargo, su creciente distanciamiento de algunos organismos —la UNESCO, el Consejo de Derechos Humanos o la OMS, de la que se retiró en la administración Trump— abrió la puerta a un mayor protagonismo de otros actores. Entre ellos, China ha sabido posicionarse con paciencia, colocando a sus diplomáticos en puestos iniciales que, con el tiempo, han evolucionado hacia cargos de alta responsabilidad.
El presente: entre la retirada y la expansión
El crecimiento del peso chino no es necesariamente una sustitución directa de Estados Unidos, sino un movimiento más calculado. Analistas señalan que Pekín selecciona con precisión los espacios donde quiere ejercer influencia, muchas veces en ámbitos técnicos o de menor visibilidad mediática, pero con gran importancia práctica en la toma de decisiones globales.
El ejemplo más claro fue la Organización Mundial de la Salud. Tras la retirada de Washington, China reforzó su perfil con una aportación de 500 millones de dólares, consolidando su imagen de socio dispuesto a sostener las instituciones en tiempos de crisis.
Richard Gowan, del International Crisis Group, lo resume así: “Los diplomáticos chinos son claros: si Estados Unidos no paga sus cuotas, China debe obtener una proporción mayor de los puestos de alta dirección”.
El trasfondo diplomático
Más que un pulso entre dos potencias, lo que está en juego es la propia viabilidad del multilateralismo. La ONU fue concebida como un espacio donde los equilibrios podían mantenerse gracias a la cooperación de las grandes potencias. Sin embargo, el progresivo retraimiento estadounidense y el avance estratégico de China muestran que el modelo se está transformando en un tablero más multipolar, donde cada actor busca maximizar su influencia.
Para algunos, esta transición abre la oportunidad de diversificar la toma de decisiones y evitar la hegemonía de un solo país. Para otros, supone el riesgo de un bloqueo permanente en las instituciones, atrapadas en la rivalidad entre potencias.
Una ONU en busca de su lugar
Lo que resulta evidente es que Naciones Unidas se encuentra en un punto de inflexión. El recorte de recursos amenaza con debilitar su capacidad operativa justo cuando la cooperación internacional resulta más necesaria: desde el cambio climático hasta las migraciones, pasando por la gestión de crisis sanitarias o conflictos regionales.
China, por su parte, parece dispuesta a ocupar un espacio mayor, pero lo hace con cautela, consciente de que asumir todo el peso de la gobernanza global también implica exponerse a mayores responsabilidades.
El debate, por tanto, no debería reducirse a una confrontación entre “Occidente” y “China”, sino a una reflexión más amplia: ¿puede la ONU reinventarse en un mundo donde ya nadie tiene la hegemonía absoluta?
“La cuestión de fondo es si el multilateralismo puede sobrevivir a la erosión de viejos equilibrios y adaptarse a una realidad multipolar. ¿Será la ONU capaz de reinventarse o quedará atrapada en la rivalidad entre potencias?”
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