“El Silencio de la Guerra” de Antonio Monegal, por Editorial Acantilado. A. Monegal es catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad Pompeu Fabra. Licenciado en Filosofía por la Universidad de Barcelona, se doctoró en Harvard en 1989 y ejerció la docencia en Cornell University hasta su regreso a España.
Antonio Monegal es una figura destacada en el ámbito de los estudios culturales y la teoría literaria. Como docente, Monegal ha dedicado gran parte de su carrera a investigar las intersecciones entre la literatura, la memoria y los conflictos bélicos. Su obra se caracteriza por un profundo análisis de cómo las narrativas culturales y literarias reflejan y configuran nuestras percepciones de la guerra y la violencia. En su ensayo “El Silencio de la Guerra”, Monegal nos invita a una reflexión profunda y multifacética sobre los conflictos bélicos a través de un prisma cultural y literario. Este libro no es solo una obra académica; es un llamamiento a la conciencia colectiva sobre los horrores de la guerra y la importancia del recuerdo y la representación de estos eventos en nuestra sociedad. Ya nos dejó huella profunda en su título Cómo el aire que respiramos, el sentido de la cultura. Premio Nacional de Ensayo en el 2023.
El silencio de la guerra, de Antonio Monegal, es un ensayo que se despliega como un vasto recorrido cultural por las formas en que la humanidad ha intentado representar la violencia. No se trata de un libro sobre la guerra en el sentido estrictamente histórico, sino sobre cómo escritores, artistas, cineastas, fotógrafos y pensadores han buscado comprenderla, narrarla e incluso contenerla. Desde la literatura clásica griega hasta las instalaciones contemporáneas, desde Goya hasta los cineastas del siglo XX, desde los museos de la memoria hasta la fotografía de conflicto, Monegal construye un tejido intelectual y emotivo cuya coherencia nace precisamente de su transversalidad. El libro está profundamente documentado, es erudito y a la vez claro, y exige —y recompensa— una lectura pausada que permita asimilar la densidad de referencias y la sensibilidad con la que están entrelazadas.
Es un libro profundamente erudito —con referencias, autores y obras que se entrelazan como hilos de un tapiz—, pero nunca pedante. Se puede leer sin dificultad, porque Monegal argumenta con claridad y ritmo.
Este análisis es especialmente relevante en el contexto de las actuales guerras en Ucrania y Gaza. La invasión rusa de Ucrania, que comenzó en 2014 y se intensificó dramáticamente en 2022, ha generado una marea de relatos y contrarrelatos. Las narrativas oficiales de ambos lados intentan justificar la violencia y la ocupación, mientras que las historias de los individuos afectados revelan las brutalidades y las pérdidas humanas. De manera similar, el conflicto en Gaza, con su historia de violencia recurrente y sufrimiento humano, muestra cómo el silencio y la distorsión de la verdad pueden perpetuar la violencia y el odio. Monegal nos insta a cuestionar estas narrativas y a buscar la verdad en medio del caos. Su obra sugiere que la memoria y la representación cultural son herramientas poderosas para resistir la opresión y la violencia, y para buscar la justicia y la reconciliación.
No hay un tiempo ajeno por completo al conflicto, en que la guerra no forme parte de la cultura: la arrastramos en nuestro pasado y su sombra se proyecta en el futuro como amenaza. Pero ¿qué es la guerra para quienes no la han vivido en carne propia? ¿Y de dónde sale el caudal de imágenes y relatos que nutren y configuran nuestro conocimiento del fenómeno? ¿Acaso son imparciales, no obedecen a ciertos códigos y propósitos? Éste no es un libro sobre la naturaleza de las guerras, sino sobre las representaciones que de ellas se han ofrecido en la literatura, las artes visuales y los medios de comunicación, a través de los cuales la memoria individual y la colectiva se entretejen. Más que un tema de investigación, se trata de un desafío intelectual: ¿cómo pensar y cómo decir la guerra? Antonio Monegal aborda algunas de las cuestiones que plantea el tratamiento de la guerra en nuestra tradición, desde la épica a la tragedia y la elegía, para intentar definir una ética de la representación capaz de hacer justicia a lo indecible.
Monegal se acerca al dolor de los conflictos sin caer en el sensacionalismo ni en la distancia fría del análisis académico. Su escritura busca un equilibrio muy difícil: pensar la violencia sin estetizarla, examinar las imágenes sin convertirlas en espectáculo, recordar sin explotar el sufrimiento. En este sentido, su reflexión sobre el Holocausto es quizá una de las partes más brillantes y perturbadoras del libro, porque pone en primer plano una pregunta incómoda y actual:¿quién puede narrar el horror?¿Debemos haber sobrevivido a un trauma para escribir sobre él? Monegal muestra que la cuestión no es tan sencilla. A través de numerosos ejemplos literarios, explica que incluso los supervivientes que relataron su experiencia recurrieron a la ficción, no por distanciamiento, sino porque la memoria —inevitablemente— transforma los hechos, los reordena y los colorea desde el presente. El testimonio directo, paradójicamente, también es una construcción. Por eso, la línea entre la ficción y la experiencia vivida es menos nítida de lo que podría pensarse.
Fotografia de Acantilado Ed.
Éste libro no es un libro sobre lo que son la guerras o lo que ha ocurrido en ellas. Ciertamente no el un libro de historia, pero se fundamenta en ella, como no puede ser de otro modo al tratar este tema. Las guerras a las que me refiero no son un producto de la imaginación aunque hayan sido imaginadas por la literatura y las artes visuales en el acto de representarlas y por los receptores de tales representaciones. En estas guerras han muerto y sufrido innumerables seres humanos y el respeto a este hecho obliga a tener muy en cuenta los límites de la tarea emprendida. ………. (Y sigue así) … A lo largo de estas investigaciones que tantos años me han acompañado, como inquietud que no cesa porque sus causas tampoco lo hacen, han habido momentos de epifanía. Gracias a Juan Goytisolo, Milcho Manchevski, a Kurt Vonnegut, Otto Dix, Imre Kertész, Jorge Semprún, Marguerite Duras, Alain Resnais, Pat Barker, Martha Rosler, Susan Sontag, Gervasio Sánchez, Gustavo Germano, Sophie Ristelhueber, Gilles Peress, Joan Fontcuberta, Yuri Khashchavatski, Alfredo Jarr y Frances Torres entre otros, encontré pistas reveladoras que me ayudaron a articular mi argumentación. …. Acerca de la relación entre guerra y cultura.
Antonio Monegal (del Prólogo)
Este análisis se extiende a otros ámbitos artísticos. Monegal examina cómo el cine oscila entre mostrar demasiado o demasiado poco, cómo la literatura puede bordear lo indecible sin caer en la saturación emocional, y cómo la fotografía de guerra, desde su origen, ha enfrentado el riesgo de transformar el dolor en icono. Para él, una representación ética de la violencia pasa por la metonimia: mostrar una parte para aludir al todo, sugerir sin explotar, permitir que la ausencia diga más que la presencia explícita de la herida. La metonimia es, en sí misma, una forma de silencio. Un silencio que no oculta, sino que abre un espacio para pensar. A lo largo del libro, el silencio aparece como un horizonte moral. No como ausencia, sino como forma de respeto, como límite necesario ante aquello que no puede ni debe ser convertido en espectáculo. Tras recorrer centenares de años de arte, cultura e imágenes, Monegal titula el último capítulo igual que el libro: El silencio de la guerra. Ese gesto no es casual. Es la culminación de un trayecto que demuestra que hay momentos en los que lo más honesto que puede hacer la representación —sea literaria, cinematográfica o artística— no es llenar el espacio, sino dejarlo vibrar con lo que no puede ser dicho del todo. El silencio, entonces, no es renuncia, sino reconocimiento del límite y también de la dignidad de quienes sufrieron.
La gran fuerza del libro reside en que no se impone como un tratado cerrado, sino como un conjunto de reflexiones que dialogan con el lector. Monegal no pretende ofrecer respuestas definitivas; propone preguntas, caminos, dudas fecundas. El resultado es un ensayo que exige atención y pausa, pero que, precisamente por eso, ofrece una lectura profunda y necesaria en un tiempo saturado de imágenes, de ruido y de conflictos retransmitidos en directo. El silencio de la guerra es una invitación a recordar que la violencia no es un espectáculo y que cada forma de narrarla tiene implicaciones éticas. Un libro imprescindible para quienes quieren pensar —de verdad— cómo miramos, cómo contamos y cómo recordamos lo que no deberíamos olvidar.
Monegal pronuncia una idea interesante sobre la apropiación del relato, así nos da un ejemplo en – La flecha del tiempo de Martin Amis – para iluminar una de las cuestiones más incómodas que atraviesan la representación del Holocausto: ¿puede escribir sobre él quien no lo vivió? La novela, narrada al revés —de la muerte al nacimiento, de la destrucción a la apariencia de reparación—, despliega una lógica invertida que desvela la barbarie nazi con una eficacia estremecedora. Ese gesto formal, radical y deliberado, convierte la inversión temporal en una herramienta ética: no se trata de reproducir la violencia, sino de desarmar su sentido. Amis fue criticado por abordar un trauma que no le pertenecía biográficamente, pero Monegal muestra que la fidelidad a la experiencia histórica no depende de haberla sufrido, sino de la responsabilidad estética con la que se decide narrarla.
Lo que emerge de su análisis es una reflexión más amplia sobre el lugar de la ficción ante lo indecible. Monegal recuerda que incluso los supervivientes del Holocausto recurrieron con frecuencia a la novela para contar lo que les había ocurrido, porque la memoria —inevitablemente fragmentaria— también inventa al intentar reconstruir. Así, la cuestión no es quién tiene permiso, sino qué forma encuentra cada autor para aproximarse al horror sin deformarlo ni explotarlo. En manos de Monegal, el caso de Amis se convierte en un ejemplo de lucidez crítica: demuestra que la estética no es un simple recurso narrativo, sino un posicionamiento moral. Una manera de asumir que toda representación del dolor lleva implícita una elección ética, y que el compromiso con esa responsabilidad puede provenir tanto de la experiencia vivida como de la conciencia profunda de sus límites.
El mensaje de “El Silencio de la Guerra” es claro: debemos prestar atención no solo a las palabras que se dicen sobre la guerra, sino también a los silencios que las rodean. Estos silencios pueden ser indicativos de traumas no resueltos, injusticias no abordadas y verdades ocultas. Monegal nos desafía a escuchar estos silencios y a reconocer su importancia en la configuración de nuestra memoria colectiva.En el contexto actual, este mensaje es más pertinente que nunca. Las guerras en Ucrania y Gaza no solo son conflictos armados, sino también batallas por el control de la narrativa y la memoria. Los medios de comunicación, las redes sociales y las plataformas digitales se han convertido en campos de batalla donde se lucha por definir la verdad y el significado de estos conflictos. Monegal nos recuerda que debemos ser críticos con las narrativas simplistas y estar atentos a las voces que se silencian.
Lamentablemente las guerras no nos abandonan, son de todos los tiempos. Las hay frías, asimétricas, de contención, de la información, tecnológicas, civiles, comerciales, …. Las peores serían bacteriologías y/o nucleares. Éstas serían devastadoras y el fin de la humanidad posiblemente. Una cosa son las formas y otra son los motivos que las alientan. Lo primero que nos viene a la cabeza es el control del territorio, la soberanía en contra de una invasión, es la razón más antigua (aún hoy día persiste como vemos en Ucrania). Se esconden motivos económicos siempre, y las disfrazan de ideológicas o confesionales que tiene tintes étnicos y culturales. A veces, sí es cierto que el tema religioso es un detonante, pero lo que subyace realmente es poder y control sobre el otro, muchas veces con factores exteriores.
En su prólogo además nos habla de una obra que desde una opinión personal, ya decimos que también nos dejó sin respiración y fue de un gran impacto emocional. Nos referimos ni más ni menos a: Incendies de Wajdi Mouawad, autor canadiense de origen libanés. Quien no haya leído o visto esta obra, o bien en su versión teatral o también cinematográfica, no se la pierdan, aunque sin duda, es de impacto, se comprueba los efectos devastadores y traumáticos de las guerras en toda su dimensión. El libro que nos ocupa aborda el impacto de las guerra para aquellos que no las vivimos, no hemos estado ahí, aunque también tiene un impacto sobre nosotros. Es un libro necesario, que nos haga reflexionar sobre la guerra y sus consecuencias.
El silencio de la guerra nos invita a detenernos en aquello que no solemos mirar con la suficiente atención: no solo las razones o las formas que adopta la violencia, sino también la manera en que la contamos, la recordamos y la integramos en nuestra conciencia colectiva. Monegal nos recuerda que incluso quienes no hemos vivido la guerra cargamos con sus ecos, con las imágenes y los relatos que nos interpelan desde la distancia y nos obligan a pensar de qué modo nos relacionamos con el sufrimiento ajeno. Su ensayo es una llamada a asumir esa responsabilidad, a comprender que cada representación —sea artística, literaria o mediática— configura nuestra mirada del mundo. Un libro necesario para aprender a mirar con más profundidad y, quizá, para no olvidar que en el silencio también se juega nuestra capacidad de comprender la verdadera dimensión del horror. Lectura imprescindible y muy recomendable.
Beatriz Dueñas Analista relaciones internacionales y geopolítica