La reciente distensión entre Washington y Pekín, evidenciada en la cumbre del APEC y reforzada por los gestos comerciales de ambas partes, marca una pausa táctica más que una reconciliación real. En paralelo, la 47ª cumbre del ASEAN intenta preservar la estabilidad regional mientras la Unión Europea sigue atrapada en su propio laberinto estratégico.
Durante las últimas semanas, la relación entre Estados Unidos y China ha entrado en una fase de relativa calma tras meses de fricción comercial y tensiones en el Indo-Pacífico. La reciente cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) y las conversaciones sostenidas entre Donald Trump y Xi Jinping parecen haber abierto una ventana diplomática: un intento de estabilizar la relación bilateral más importante del mundo sin renunciar a las respectivas estrategias de poder.
China ha suspendido temporalmente el arancel adicional del 24 % a ciertos productos estadounidenses y mantiene abierto el canal de diálogo económico; por su parte, Washington ha rebajado el tono de sus advertencias comerciales mientras busca fortalecer sus alianzas en la región. En apariencia, ambos países han optado por un alto el fuego económico con el objetivo de ganar tiempo político y gestionar una rivalidad que ya trasciende lo bilateral.
La agricultura como terreno de tregua
Resulta llamativo que buena parte del acercamiento actual se haya producido en torno al comercio agrícola. Según el Ministerio de Comercio chino, desde mayo se han celebrado cinco rondas de conversaciones centradas en la cooperación agrícola y la estabilidad de los intercambios comerciales.
Aunque pueda parecer un ámbito periférico, la agricultura es, en realidad, uno de los sectores más sensibles de la geopolítica global: de ella depende la seguridad alimentaria de millones de personas, el equilibrio de los precios internacionales y, en última instancia, la estabilidad de los países importadores.
Que China y EE.UU. busquen ahora un entendimiento en este terreno sugiere un doble mensaje. Por un lado, Pekín aprovecha el gesto para mostrar una actitud cooperativa, consciente de que las importaciones agrícolas estadounidenses contribuyen a contener la inflación interna. Por otro, Washington refuerza su presencia económica en un sector que le otorga influencia real en las cadenas de suministro globales.
Más allá de los gestos, ambos actores están jugando con la percepción de que “la cooperación es posible”, aunque los temas estratégicos —tecnología, defensa, hegemonía marítima— sigan sin resolverse.
Trump: diplomacia pragmática bajo un esmalte de fuerza
La política exterior de Donald Trump hacia China se mueve entre la confrontación retórica y el cálculo pragmático. A diferencia de su primer mandato, en el que prevaleció el discurso proteccionista, esta etapa muestra un enfoque más diplomático y transaccional. Trump parece haber entendido que mantener la tensión constante con Pekín penaliza los mercados y erosiona la influencia estadounidense en Asia.
Al suavizar momentáneamente el pulso comercial y multiplicar las conversaciones bilaterales, Washington busca recomponer su liderazgo a través de una política de bloques funcionales: fortalecer lazos con Japón, Corea del Sur, Filipinas y Australia —sin llegar a un enfrentamiento directo— y asegurar la cooperación de la ASEAN en cuestiones logísticas y de seguridad marítima.
Esta estrategia no es exactamente una apertura, sino una maniobra de equilibrio. Mientras Estados Unidos finge acercarse, consolida posiciones en el Indo-Pacífico, refuerza acuerdos bilaterales de defensa y mantiene controles sobre exportaciones críticas, como semiconductores y equipamiento tecnológico de doble uso.
China: flexibilidad táctica, firmeza estructural
En el otro extremo, la política de Pekín mantiene una coherencia notable: mostrar buena voluntad en el terreno económico mientras conserva intactas sus líneas rojas estratégicas. La suspensión temporal de aranceles, el diálogo sobre productos agrícolas y la disposición a reanudar intercambios comerciales con EE.UU. no implican concesión en cuestiones de soberanía o seguridad.
China sabe que su economía, presionada por una ralentización interna y un entorno global incierto, necesita espacios de oxígeno comercial, pero no al precio de ceder en Taiwán, el Mar del Sur de China o el control de sus propias cadenas tecnológicas. Xi Jinping no busca un “nuevo orden compartido” con Washington, sino administrar la rivalidad sin perder estabilidad interna ni legitimidad externa. En ese sentido, la cooperación agrícola es un movimiento táctico, no un cambio de rumbo.
ASEAN y el Indo-Pacífico: el pragmatismo como supervivencia
La 47ª Cumbre de la ASEAN, celebrada en Kuala Lumpur a finales de octubre, dejó clara la postura del sudeste asiático: ni alineamiento automático con Washington ni subordinación a Pekín. Los países miembros reiteraron su compromiso con la estabilidad, el libre comercio y la resolución pacífica de disputas marítimas, al tiempo que dieron la bienvenida a Timor Oriental como nuevo miembro, ampliando su alcance regional.
El problema para la ASEAN es que su fortaleza radica en la unidad, y su debilidad, en la misma premisa. Las posiciones sobre China son dispares: Filipinas y Vietnam reclaman firmeza en el Mar del Sur, mientras Camboya o Laos priorizan la cooperación económica con Pekín. Aun así, el mensaje de fondo es claro: el Indo-Pacífico no quiere ser un tablero de guerra fría, sino un espacio de equilibrio práctico donde la competencia entre grandes potencias se traduzca en inversión y desarrollo, no en bloqueo o confrontación.
La Unión Europea: la lentitud de quien no decide
La UE, mientras tanto, parece moverse con inercia más que con estrategia. Aprobó en octubre de 2025 un nuevo marco de cooperación para el Indo-Pacífico, pero sin dotarlo de la rapidez ni la coherencia necesarias para influir realmente en la región.
La Unión Europea sigue más pendiente de su relación con Washington que de articular una política exterior autónoma, lo que limita su margen de maniobra y la relega a observador de un juego en el que otros fijan las reglas.
No se trata sólo de dependencia: la fragmentación interna, las diferencias de intereses entre Estados miembros y la ausencia de instrumentos diplomáticos eficaces hacen que la UE sea, a efectos prácticos, un actor lento en un tablero que se mueve a velocidad asiática.
Mientras EE.UU. negocia bilateralmente y China despliega su influencia a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, Bruselas aún debate cómo equilibrar valores, comercio y seguridad. El resultado es un déficit estratégico crónico que deja a Europa mirando cómo se redefine el orden mundial sin ocupar asiento principal en la mesa.
Una calma calculada
La coyuntura actual podría describirse como una calma calculada: China y EE.UU. han decidido bajar la temperatura sin alterar las causas estructurales de su rivalidad. Las concesiones comerciales, las cumbres multilaterales y las declaraciones sobre “cooperación” funcionan como mecanismos de gestión, no de resolución.
La agricultura, curiosamente, se ha convertido en un terreno de distensión porque representa lo básico: alimentar poblaciones, garantizar suministro y mantener un mínimo de previsibilidad. Es un espacio donde ambos pueden ganar sin perder autoridad política. Pero esa tregua no elimina los riesgos de choque en el Estrecho de Taiwán, ni la competencia tecnológica o el pulso por el liderazgo global.
Conclusión: la diplomacia como arte de ganar tiempo
La fase actual no marca el fin de la rivalidad entre Estados Unidos y China, sino el inicio de una etapa de administración de tensiones. Trump apuesta por un liderazgo flexible dentro de una estructura de bloques; Xi responde con pragmatismo táctico sin renunciar a sus objetivos de largo plazo. La ASEAN busca mantener el equilibrio regional, y la Unión Europea sigue intentando definir su papel en un mundo que se reconfigura fuera de su centro de gravedad tradicional.
En última instancia, lo que se juega en el Indo-Pacífico no es sólo el control de rutas o mercados, sino la redefinición del poder global: quién marca las reglas del comercio, de la seguridad y del desarrollo en el siglo XXI.
Por ahora, las potencias han optado por dialogar, pero no por ceder. Y quizá esa sea, en sí misma, la definición más exacta de la diplomacia contemporánea: el arte de aplazar los conflictos mientras se gana tiempo para el siguiente movimiento.
Beatriz Dueñas
La foto de portada está realizada con IA











