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Historia Personal

I love you, Oscar Wilde

En el cementerio Père Lachaise de París descansan almas muy célebres e ilustres. Oscar Wilde es una de la tumbas más visitadas y amadas.

Paseo dentro del cementario

Entre otros, Edith Piaf, Lafontaine, Isadora Duncan, Jim Morrison, Frédéric Chopin, Colette, María Callas y un largo etcétera de personajes importantes en el mundo de la política, el arte, la música, la literatura, la ciencia, en definitiva gente que transgredió y cambió el mundo en su época. Que aportaron algo enorme a la cultura, a veces, saltándose las normas establecidas.

Père Lachaise es más que un cementerio, es un lugar donde sentarse a leer, dar un paseo, pensar, todo en compañía de estas personas tan importantes. Cuando pasas unas horas ahí, te das cuenta en seguida que es un lugar diferente. Puedes sentarte junto a la tumba de Gertrude Stein y preguntarle algo. O quizá entonar una melodía al lado de Marcel Proust, para que no se sienta solo. Al final lo único que importa es el paseo entre estas tumbas y mausoleos que efectúan una magia en ti. La muerte es ineludible, el tiempo aquí es limitado y ayuda a poner en perspectiva tu tiempo.

A principios del siglo XXI, hablamos del 2003 ó 2004, te topabas con una gran tumba cuadrada enorme de piedra blanca (tipo granito) con un ángel tallado en pleno vuelo fugaz. En el centro se puede leer más o menos bien quien mora ahí (Oscar Wilde). Y digo más o menos bien por que la piedra blanca está cubierta casi en su totalidad de besos impresos con pintalabios de todos los colores. Pues bien, ya no están, lo han limpiado. Seguro que habrá una razón lógica bien intencionada, eso espero. Pero lo cierto es que ya no es lo mismo. Y además el gran Oscar Wilde estará contrariado por que esos besos le sabían a gloria.

Père Lachaise es un cementerio en movimiento. Sus esculturas de piedra posan encima de las tumbas más importantes, en acción. Así un gesto de poner flores o un abrazo, un beso, una inclinación de cabeza, las esculturas paracieran estar en ese momento haciéndolo.
Está muy vivo este cementerio. Es uno de los lugares más visitados en la ciudad después de la Tour Eiffel.

En el recuadro blanco había una imagen del señor mayor por cuestiones de respeto hemos quitado.

Otra cosa son los visitantes constantes. Como yo misma. Cada tarde durante meses me paseé por ahí durante horas para hacer tiempo «muerto», al principio, hasta mis clases, cuando poco a poco se convirtió en actividad para la cual yo buscaba el tiempo. Comencé a mostrárselo a todo el que me visitaba. Hubo quien puso resistencia pensando en ¿qué podría tener un cementerio para que sea una visita obligada en París? Más allá de sus famosos moradores… hay una energía vital (valga la ironía), a la vez una paz y un silencio que repara cualquier nivel de stress.

El objetivo para mi era claro, el primer día que pisé el cementerio, visitar la tumba (mejor dicho, el nicho) de Isadora Duncan y estar ahí un rato. Pero me encontré antes con Oscar Wilde, así que este lugar se tornó para mí, por comodidad, como el lugar de meditación. Había un sitio en frente para sentarse. Curiosamente al poco tiempo de hacer de este lugar mi templo de culto, reparé en que un señor mayor siempre estaba allí sentado cerca de mi pero con la distancia adecuada. Fue tan sólo cuando me dí cuenta de este hecho cuando el señor hizo ademán de acercarse y hablar conmigo. Mi francés era algo escaso entonces pero logramos entendernos.

Me hablaba del calor horrible de ese agosto, la canícula que acabó con la vida de mucha gente ese año. Le comenté que para mí no era para tanto, que entendía que París era una ciudad que no espera ese tipo de temperaturas por lo que los trenes cercanías y el metro no tiene aire acondicionado y en las horas puntas causó estragos. También en algunos hospitales con los más vulnerables, ancianos, enfermos crónicos, niños… Recuerdo que le dí algún consejo para lidiar con ese calor. Me lo agradeció más adelante en otra de nuestras charlas. Sin ser una cita, nos veíamos cada día de lunes a viernes en ese mes de agosto, entre las 13 horas y las 16 horas. Algún día no vino y me preocupé.

El anciano me contó muchas cosas, entre ellas, su soledad insoportable desde que murió su amor, el primero y el único. Pensé que habría sido inminente, pero, que va, su amada había desaparecido ya hace 40 años atrás. Me quedé boquiabierta. Eso sí es amor, le dije. También me dijo que moraba ahí en Père Lachaise, pero no había sitios cerca para sentarse. Me pregunté en mis adentros si venía desde entonces. Me dió la respuesta sin que él oyera la pregunta. Sí, había venido allí desde entonces.

En plena canícula, me entró un escalofrío por el cuerpo. Añadió a continuación: «¿tiene cura el amor? ¿lo diagnostica un médico el tratamiento para aliviar los síntomas del erotismo? Estoy condenado a la oscuridad de mi sexualidad pues nada ya es comparable a mi amada. Ya los médicos llegaron al acuerdo común que así como la sombra sigue al cuerpo, también a los síntomas les siguen las enfermedades. Luego ya la melancolía…»

Había algo raro y misterioso en el anciano. Hablaba como sabiendo algo que el resto de nosotros no sabíamos. Pero, aceptando nuestra ignorancia, no hablaba con la doctrina, hablaba para desahogarse, el interlocutor era lo de menos, tuve entonces un privilegio. Podría contar mucho más y este artículo sería mucho más largo, pues no podría llamarse artículo. Lo reduzco a esto: dos años más tarde volví al mismo sitio, y adivinad qué…. ahí estaba el señor, no sé su nombre, las ocasiones en las que se lo pregunté siempre surgió algo y no lo dijo.

Allí mismo sentado estaba, como siempre con la mirada fija en nada. Me senté al su lado y sin mirarme me dijo: «¿Porqué limpiaron los besos de esta tumba?» Respondí; «quizá están limpiando el amor». Y él dijo; «Entonces…. ya estamos muertos». Sin más eso dijo.

Sí, logré ver el nicho de Isadora Duncan y me sorprendí al comprobar que junto a él, estaban también sus hijos Deidre y Patrick que fallecieron antes de la adolescencia. No estaban muy bien cuidados estos nichos. Pena. Es muy importante tener esos oasis de soledad y recogimiento en uno mismos, pero sin llegar a la melancolía incurable, hay que salir de ahí a tiempo. Nuestro amigo, el señor mayor, no supo salir a tiempo y quedó atrapado en un círculo de amor imposible que alimentó su vida (imagino hasta el final). Así pues con cierta esperanza, recorría aquellos paseos, atrapado en lo que él mismo llamó el síntoma del amor eterno.

Hasta pronto 😉 BGD

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