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Historia Personal

Ciudad imprevisible. Un día normal que acabará en desastre.

La vida de cualquier persona en una ciudad está repleta de rítmos, rutinas y hábitos. Se repite semanas e incluso meses y años. Pero la ciudad es imprevisible. Todo puede cambiar en un instante.

Abril. Me levanté para ir a trabajar como cada mañana. Al salir de casa me dirijí al metro. Observando a la gente, hoy hay más de la habitual, voy poco a poco despertando. Noto un olor extraño, no sólo el hedor a perfume barato, algo más. ¿Qué raro! me digo, el caso es que no distingo bien que puede ser. NO! Un momento. No es un olor que percibo con mi nariz, sino con los poros de la piel y la mente. Estoy teniendo uno de esos momentos de los que oí hablar, pero que no entendía hasta hoy. Me recorre un escalofrío por todo el cuerpo, aunque no distingo si es bueno o malo, lo que viene a ser, una percepción a medias. Entro en el tren.

Parado el tren en una de las estaciones de mi recorrido, con las puertas abiertas antes de cerrar y reiniciar la marcha, veo dos personas que corren apresuradas, por si lo pierden, son dos personas mayores, que por lo visto, tienen prisa. Él llega primero entra en el vagón, hace gestos con los brazos como de ánimo a la mujer. Ésta, pintarrajeada como una puerta, corre de manera cómica, me hace reír.  Cada paso es un esfuerzo tal, que parece que con cada uno recorre unos 50 metros. «Nunca va a entrar en el vagón», pienso. Al final lo consigue.

Está exhausta, agotada, fundida, quizá (pienso yo) sea por la carrera con todo ese peso, una esmeralda en el dedo corazón de la mano derecha, dos anillos más con piedras enormes en la izquierda y un collar de perlas (parecen auténticas) en el cuello del tamaño de balones de fútbol. Ella jadea, no soy la única que la mira fijamente, para mis oídos sus jadeos son como un gran estruendo rítmico, me retumban en mi cabeza. Todo es presenciado como un pequeño show en el vagón que nos ameniza el camino al trabajo. Ya termina el pase. Dirijo mi mirada hacia otro sitio.

Hay una chica en frente sentada, lleva ropa barata puesta y lee una revista (no logro ver cual), ella me mira también de vez en cuando. Su mirada es aburrida, anodina, zonza. Sin duda, es un reflejo de su carácter. Antes de perder todo mi interés en ella, observo que tiene una piel blanquísima, de porcelana sin manchas, arrugas, imperfecciones. Anodina.

Sigo respirando ese olor raro con la nariz de mi mente, no me parece viernes, tampoco un día común. Tengo angustia, sí, al menos he detectado una sensación en mi. Quizá es por eso que tengo ese olor constante en mi mente. ¿Pueden los olores avisarnos de algo? ¿Es el olor una manifestación concreta de la intuición? Hummmmm! Me pregunto.

Jornada aburrida de trabajo, salgo al mediodía (a la hora de comer), ya no vuelvo hasta el lunes. Tengo las tardes libres, como soy mente inquieta estudio por las tardes por mi cuenta. En la biblioteca cercana paso las tardes (algunas) leyendo todo lo que puedo acerca de las preguntas y dudas que invaden por las noches. A veces con más éxito que otras logro respuestas.

Entro en la Biblioteca y miro inmediatamente el tablón de anuncios de la entrada; -«Todavía está ahí»- pienso. Subo las escaleras y entro en la sala de consultas. Una vez tengo todos los libros que voy a necesitar, me busco una buena mesa cerca de la ventana y me siento. Comienzo a escribir justo lo que acaban de leer hasta este momento. Aquí.

Todo lo que escribo ahora es totalmente «en directo». Según me pasa. En la lectura en la que estoy ahora, hay a ambos lados de la misma dos «cuidadoras del silencio». Una de ellas es una mujer joven la otra es muy vieja. Hay un silencio enloquecedor, ni una mosca se oye.

De repente, rompe el silencio ensordecedor una voz de mujer ronca. La mujer vieja cuidadora del silencio, le aplica a la chillona un tratamiento de aspavientos de brazos agresivos para que se calle. La otra mujer joven está paralizada. La chillona (que por cierto también es muy muy vieja) inmune a todas la señales de silencio, sigue con su diatriba. No puedo oír todo lo que dice. Pero algunas cosas si me llegan: -«Quien vive de ilusiones muere de desengaños, ….nadie da de beber a un viejo caballo sediento,…. la naturaleza se apaga para dejarnos morir de hambre.»- Y así, durante unos minutos, qué pena que no escucho desde aquí todo. Se la llevan a la fuerza y ella recita en voz alta un pasaje de El Quijote. «Tengo mucha necesidad de que me escuchen»- pienso que ella piensa. Ella parece tener muchas cosas que decir, y a mi, me hubiese gustado seguir escuchándola. Pienso tarde: -«debería haberme unido a ella y exigir que la dejaran seguir-» . Ya no importa. Pasó. Dejo de escribir «en directo» y salgo de la biblioteca.

Entro a un café a merendar, nunca lo hago, pero no he comido. Pido un café y pregunto a la camarera por las tartas que tienen, ella me da una lista de memoria de unas diez tartas. Pido la de manzana, y me dice la camarera «le pega esa tarta». Este comentario de la camarera, me hace pensar si cada persona tiene un tarta compatible. Escribo en mi cuaderno. Todo el mundo en la cafetería me mira. Yo los veo como en círculos sobre mi cabeza, se ríen, hay un ruido atronador, veo muy borroso, todo se apaga.

-«¿Cómo te llamas?»- pregunta una voz de mujer. Abro los ojos y estoy en una cama de hospital, dos enfermeras están a mi lado, una me toma la mano con delicadeza, la otra me mira. Yo no sé qué ha pasado. –«Hola, ¿cómo te llamas? estás en el Hospital G…. y te han traido aquí por que has perdido en conocimiento. Llevas aquí más de cinco horas.»- Mi respiración se acelera, entro en pánico, no sé muy bien quien soy, donde estoy y qué ha pasado, no recuerdo lo de antes, tampoco estoy muy en contacto con lo de ahora. Las enfermeras se miran entre ellas e intentan calmarme.

Pregunto por mis cosas. «¿Qué cosas?»- me preguntan. No traía nada conmigo, solo un cuaderno (por el que gracias pude recuperar esto), un espejo de bolso, un peine y un bolígrafo. -«¿Y el resto de mis cosas? Mis llaves, mi monedero, mi ID, mi targeta de transporte…..OH NO!!!!!! ¡me han robado! ¿Cuánto tiempo llevo aquí? Tengo que salir, ¡déjenme salir!-» Las enfermeras se miraron con cara de circunstancia, se mordían los labios y agitaban la cabeza negando. Me dí cuenta al intentar levantarme que tenía molestias en mi abdomen y la vagina. Pregunté; «-¿Qué tengo?, ¿porqué me duele la vagina y la tripa?- » Las enfermeras seguían negando con la cabeza y cogiendo mi mano, me miraban con cariño pero con pena. Cuando vino el médico, me dijo que había sido abusada sexualmente.

Cuando volví a casa después de poner una denuncia se lo habían llevado todo, muebles, TV, ordenador, equipo de música, alguna cosa más de valor… todo. Sólo quedó algún mueble pesado, la cama y algo de ropa sin valor, lo que había de valor también se lo llevaron. Tranquilamente. Nunca encontraron a los culpables.

El policía escribió mi denuncia torpemente, lentamente, sin agilidad en los dedos, exactamente los dos dedos con los que escribía aquel hombre. Aquel hombre que me miraba con ojos de desaprobación, por lo incongruente de mi alegato.

«-Si si si, si yo la entiendo, pero le explico, ¿cómo es posible que si usted no se acuerda de nada por que perdió la conciencia, diga que la han violado?- «- dijo aquel hombre hostil. Yo me justifiqué diciendo que estaba en el informe médico de urgencias, de donde apenas salía, aún sin fuerzas, teniéndome que defender ante aquel personaje vestido de azul oscuro. Me dijo que, cómo había yo llegado a esa conclusión si no estuve consciente, que igual había yo mantenido relaciones sexuales antes y no me acuerde. Me puse a llorar. La impontencia junto a mi falta de fuerza y de voz, no permiten que siga. Le rogué al policía que acabáramos cuanto antes con el procedimiento, que quería marcharme.

 

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Ahí me enteré que sufría de cierto episodios, que venían sin avisar en cualquier momento y en cualquier lugar, mi vida nunca más fue lo mismo. Sin saber qué hacer y un tanto confusa, como fuera de mi. Bajé al bar de la calle y pedí un café. En la radio sonaba la canción de Sabina «quién me ha robado el mes de abril». ¡Qué cosas del destino!

 

M.G.

 

Nota: En este diario hay más detalles que podría herir la sensibilidad y que por respeto a la autora del mismo, hemos decidido no incluirlos. Os podéis imaginar… ¡Que Ninguna violación quede impune jamás!

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